miércoles, 1 de diciembre de 2010

Bolsa vacia

Renuncié a POLAR para tener más horas como hombre. Renuncié para saber qué se siente ser un don nadie. Renuncié para salirme del medio de los cuatro puntos cardinales. Renuncié para no dejar herencia. Renuncié para darme el lujo que nunca pude saborear: levantarme tarde todos los días de invierno. Renuncié para que mi mujer me deje tranquilo. Renuncié para olvidarme del dinero y así nunca más necesitar de él. Renuncié para tener más tiempo de perderme en el tiempo. Renuncié para gozar días, semanas y meses del escozor de mi barba crecida. Renuncié para poder mirar sin miedo atrás. Renuncié porque me cansé de llegar tarde. Renuncié para poder fantasear con un futuro diferente. Renuncié para terminar de conocerme. Renuncié para caminar por la vida en sentido antihorario. Renuncié para entender la lógica de los locos de la calle. Renuncié para poder renunciar a una vida planificada. Renuncié para poder despertar de un sueño lleno de coherencia. Renuncié para vivir en un eterno fin de semana. Renuncié para gozar los domingos como si fueran viernes. Renuncié para hacer caso omiso a la última llamada de mi vuelo y así vivir en una eterna espera. Renuncié para obedecer sumisamente a la voz que se esconde en algún rincón de mi cabeza. Renuncié para inyectarle más vida a mi vida. Renuncié para que la muerte no me sorprenda al llegar y de ser así, quisiera despedirme con un abrazo tan vigoroso, tan cargado, capaz de transmitir hasta los más minúsculos secretos de mi vida para no quedarme con nada e irme a la otra con la bolsa vacía, listo para empezar de nuevo.