jueves, 24 de febrero de 2011

Raquel

A aquella mujer a la que entregué el resto de aire que me quedaba por respirar. A aquella mujer a la que nunca le dije no, porque ¡NO! A aquella mujer que me consideró, sin saber todo de mí, su otra mitad. A aquella mujer que no entendía mis locuras pero las celebraba. A aquella mujer que no apagó su celular por esperar a que me animara a llamarla. A aquella mujer que con su silencio de biblioteca alegraba mi vida. A aquella mujer que no pedía más que solo mi presencia. A aquella mujer que olió mi timidez y me preguntó si era yo el que escribía. A aquella mujer que partió de mi vida de manera tan natural como quien hace cola en migraciones con rumbo desconocido, dejándome un dolor muy conocido y a aquella mujer que se posó sobre un nombre.

martes, 1 de febrero de 2011

Pastor

En algún lugar de Lima de “Mi Vivienda” conocí a alguien que jamás pensé que la volvería a encontrar muchos años después. Volverla a ver me hizo entender que las nubes no viajan por gusto y que el paso de los años te cambian la fisonomía (tanto en la fachada como en interiores).

En ella todo había cambiado. Me dio la impresión de haber crecido un poco más durante todos estos años, su piel mantenía el mismo color pero tenía unas cuantas arrugada, el color de su cabello cambió por un tono más oscuro. Estaba totalmente irreconocible y camuflada a tal punto que mis recuerdos no la detectaron a tiempo. Juraría que nunca en mi vida, tanto pasada o como en la que me hubiese gustado tener, la hubiera visto. En mí quedó encarcelado el recuerdo del apelativo que le puse por aquellos años (Sofía).

Encontré su verdadera identidad en un cuaderno de ingreso de personal, y ¡qué sorpresa la mía! de volver a redescubrirla, de dejar volar al recuerdo que cumplía condena en mis adentros.

Los años pasan y son pocas las excepciones donde te congelas en el tiempo. De pronto nos hacemos viejos y vamos como borregos, en una misma dirección, cumpliendo la orden de nuestro pastor y guía, la muerte. Todos vamos a morir tarde o temprano y para colmo ese acto tiene que dolernos, cuando debería ser todo lo contrario: nos están promoviendo a un nuevo salón de baile donde cada uno bailará con su propio pañuelo. En esta vida todos estamos a prueba -reza el dicho de la aseguradora- para después empezar a vivir de verdad.

Y sobre los cambios de la vida, esas direcciones que seguimos a contracorriente para después terminar chocándonos contra nosotros mismos en el punto de partida ¡qué cambios!. Gracias a eso me doy cuenta que no hay camino mucho menos se hace al andar. Que nadie sabe nada, que hasta el más letrado sabe más de nada que de todo. Vemos pasar la vida o al menos la sentimos hormiguear en la planta del pie.

Millones de personas tienen vida pero ¿cuántos de ellos viven o la viven? La mayoría escoge papeles secundarios o de domingo, dando luz a una vida que se esconde dentro de otra como la Mamushka, sin descubrir su norte ¿cuál es el sentido?, ¿quién capitanea su vida?, ¿el destino?, ¿tú mismo? O tienes que descubrir por casualidad a dónde ir, ¿cómo se llega a eso?

Quiero ver dentro y fuera de mí. Sacar algo que por más insignificante que sea dé una luz en esta fría calzada. Camino porque tengo cuerda para rato sino me llenaría de escaras. Sé que todos viven de una manera -me incluyo- pero me gustaría al menos oler el otro tipo de vida para imaginarme que esto vale la pena como al final de las películas, que no dependemos de corazonadas (las cuales tienen una explicación científica).

Dependemos del verdadero descubrimiento que hallamos en las cavernas de nuestro ser. Allí está la respuesta tan fría como una cachetada que nos obliga a reaccionar de menos a más para poder empezar a vivir como uno lo ordena y no como lo ordena el pastor y guía: la muerte.