domingo, 18 de diciembre de 2011

BAMBOLEO



Todos los días mientras estoy sentado en mi sitio, sin nada que hacer y mucho que pensar, el lejano bamboleo del zapato de una perfecta extraña me dice presente. Me pasa la voz como gritando ¡auxilio! a un mundo poblado por un único habitante, abstrayéndome inevitablemente. Se bambolea y no sé qué trata de decirme con su baile. ¿Querrá que la acompañe en su interminable coreografía?


A veces, se sacude inesperadamente a un solo lado como si sufriera un ataque de epilepsia, luego vuelve al movimiento “normal”: de derecha a izquierda, como plumillas de parabrisas bajo la orden de un corpulento capitán que se esconde, junto a sus menudos compinches, dentro de la acogedora y cómplice punta del zapato. Será ante él o ante el miedo tenaz de atreverme a conocerla, bajo pretexto del bamboleo de su zapato, que tendré que luchar para recuperar mi tranquilidad.

domingo, 13 de noviembre de 2011

¿COMO ES?



Un hombre más que entra en la noche.


Para caer en estos lugares es porque no tienes a nadie o estás buscando tapar un orificio de emergencia.


Por pagar su entrada le dan una cerveza la cual pide rápidamente al mozo en la barra y luego corre a ubicarse en un rincón oscuro y alejado donde la débil luz de neón no lo alcanza.


Al otro extremo de la barra caliento con mis manos una bebida tenebrosa que la dueña del local nos suministra para no amainar las ganas. Siento una mirada que me alumbra desde el otro extremo de la barra -¡me está mirando!- será que hizo efecto el tinte amarillo de mi cabello que combina fatalmente con el color canela de mi piel. Me sigue mirando, ojala que la tenga clara y vaya directo al grano.


Le sonrío coquetamente, como lo hago con todos, para motivarlo a que se me acerque. Él responde tímidamente a mi vago estímulo. No le quito los ojos de encima. Luego se me acerca como quien va a la barra a pedir una bebida. Me pregunta si me puede invitar un trago, el cual acepto con una sonrisa cómplice.


Nuestra conversación empieza con la misma pregunta de todas las noches ¿cómo me llamo? Invento un nombre en menos de un segundo. Le pregunto ¿qué hace por aquí?, ¿es la primera vez que viene? Me cuenta que siempre le dio curiosidad entrar a un local de éstos y hoy se animó -burda mentira-. Al hablarme pega su cuerpo un poco al mío -¿querrá que lo caliente?-. Hago un intento, recuesto mis frías nalgas sobre su sexo y siento que está ardiendo.


Me pregunta ¿cómo caí en este sitio? Le invento una historia: soy madre soltera y tengo que mantener a mi hija de 4 años… -cada vez se me acerca más-. Mientras me cuenta sobre su trabajo va despellejando parte de mi cuerpo con sus ásperas manos, las cuales trato de controlar. Me dice que estoy apretadita. Aprovecho ese instante para pedir un cigarro y otro trago a su cuenta. Aterrizo mis manos en sus piernas para calentarlo aún más. Ahora quiere que baile para él. Paga consciente e inconscientemente 50 lucas al mozo, le digo que ya regreso, se apagan las luces del local mientras empieza a sonar las primeras notas de It must be love, de Roxette. Aparezco disfrazada de enfermera, me trepo como gato en la barra y voy directo a él mientras mis colegas ilógicamente me miran y sonríen. Me tiro de espaldas, paso fugazmente mis cinco dedos sobre mi sexo y finjo tener un orgasmo –él hace un gesto de agrado-, me quito el traje poco a poco mientras voy acercando mis perfumados pechos a su cara… acaba mi show.


Todos me aplauden, inclusive mis colegas -¡qué cojudas!-. Regreso a él, está más descontrolado con sus manos y ahora intenta besarme como sea, muevo mi cabeza para esquivar su boca y su aliento a cerveza -se pasó de tragos- y creo que no va pasar nada.


Cuando se emborrachan se ponen pegajosos y son una pérdida de tiempo. Le hago señas a Rino, el mozo, para que me lo saque de encima. Me voy al baño y me pierdo por otro lado -al menos hice algo de dinero con el baile-.


Miro el reloj que ya marca 4:30 a.m., cruzo la barra y me voy a un rincón. Prendo un cigarro y espero con mucha ansia a que amanezca para largarme y dormir hasta que la diaria pesadilla me despierte cerca de las 3 de la tarde.


A esta hora todas sabemos que ya no caen más hombres. A esta hora, por lo menos, debería tener 4 bailes y un par de polvos en mi cuenta para cerrar la noche y comenzar el día con algo de dinero. De pronto aparece a mi lado un tipo de gorra roja, no tiene rastro de alcohol en el aliento ni mala pinta, y me dice ¿flaca, cómo es?

jueves, 20 de octubre de 2011

BREAK




Como ya era costumbre cada mes nos reuníamos con la gente de la promoción en algún restaurante de Lima. Como siempre yo era el primero en llegar y mientras esperaba a que llegaran los demás me entretuve examinando el motivo de cada una de las mesas de mi alrededor.


Había de todo: familias con abuelos incluido, las típicas señoronas del lonchecito, parejas que celebraban algo, etc. Pero una mesa en particular llamó mi atención. Era una mesa formada por un grupo de amigos. Dentro del clan había una mujer que resaltaba.


El brillo de su ondeado cabello, que llegaba hasta sus hombros, hizo que me desentendiera de la llegada de cada uno de mis amigos. Estuve observándola hasta que ella volteó. Nos miramos por menos de un segundo. Pude verla en toda su expresión. Por mi parte, ya tenía una vela prendida.


El resto es más de lo mismo, durante la noche nos miramos un par de veces más. Yo con fines serios y ella, no sé con qué fines. ¿Qué hubiera podido hacer? ¿Mirarla y sonreírle a la vez? -quizás respondía- lo cual me habría dado mayor empuje a la intrépida idea de acercarme y decirle algo. Al final nuestras miradas se perdieron entre las mesas del restaurante.


La noche siguiente me iba de vacaciones fuera del país, mi vuelo salía a las 11:00 p.m. pero como siempre tenía que estar religiosamente 3 horas antes en el aeropuerto. Horas después ya estaba sentado en el avión contando los minutos para despegar. Una vez que las aeromozas terminaron de contar a los pasajeros apareció una chica con el cabello amarrado que se sentó a mi lado y me sonrió.
-¿Pero esa cara? la había visto antes-.


Rápidamente mi cerebro colgó la foto de la chica del restaurante de anoche. Imaginariamente le solté el cabello, la maquillé -¡quizás era ella!-
Rompí el hielo mandándome con un: felizmente hay pocos pasajeros
-Sí, es por la temporada baja- respondió-.
La chica tenía el dejo anhelado de todo latino pero de igual estaba segurísimo que era ella.
¿Te vas de vacaciones?, pregunté
-No, regreso más bien. Tuve 4 días libres y me vine para conocer Cuzco. Yo trabajo en esta aerolínea, soy aeromoza.
-¡Ah! bueno, ustedes tienen muchas facilidades para viajar-
-ehh, la verdad que sí-
-¿Y tú? -me preguntó-
Le sinteticé mis 5 años de gloriosa carrera de abogado.

La duda me carcomía por dentro hasta que le pregunté, si por casualidad la noche de ayer había estado en el restaurante Los Tenedores y ella me respondió que sí, que siempre que vienen a Lima la tripulación va a comer allí.
-¡Era ella!-.
¿Cómo sabes? Me preguntó
Le conté que la había visto allí. Te ves muy distinta con el pelo amarrado, le dije. Ella río.


Literalmente la conversación fue tomando vuelo hasta llegar a la altura de una “amistad”. Para cuando llegamos a nuestro destino sabia algo de ella. Se llamaba Rachel, aparentaba mi edad, le gustaba la comida peruana, volaba dos veces al mes de Miami a Lima y lo mejor, teníamos programado un encuentro pendiente de carácter turístico en Lima.


Dos semanas después, vía mail, quedamos en vernos un martes en el Hotel Domo, de Lima. Fui al hotel y en la recepción pregunté por ella. Al rato, apareció con dos amigas que me las presentó, en caso de cualquier
extravío -supongo-. Conversamos brevemente. Hablamos de su vuelo mientras salíamos del hotel y le pregunté a dónde quería ir, estamos en tu país me respondió.


Fuimos a tomar un café mientras le contaba sobre mis vacaciones, me dijo su edad, era unos años mayor que yo -¿Quién preguntó la edad?-.
Me contó que su hermano es piloto y por ahí se le metió el bichito de volar pero conocía my poco de Lima y bla bla.


Hasta que hablamos sobre aquella noche en el restaurante. Era cumpleaños de un capitán por eso fueron allí -se lo habían recomendado en el hotel-. Se quedaron como hasta la 12 p.m. Le pregunté, si llegó a notar que alguien la miraba (las mujeres siempre perciben esos detalles).
-la verdad, no lo recuerdo estaba tan concentrada conversando con mi amiga
(me desangró con esa respuesta).
-Esa noche quería acercarme para decirte cualquier cosa, pero no pude. Al día siguiente me alcanzas en el avión sentándote a mi lado, te hablé y ahora estamos aquí sentados conversando con los pies sobre la tierra.


Después la dejé en su hotel, quedamos en conocer más lugares y comer cosas raras para los próximos vuelos o próximos encuentros.


Su corazón por el momento estaba en break -la verdad por delante-. Por mi parte yo andaba buscando qué hacer. Esto para ella eran sus vacaciones, haces lo que quieres y pasó lo que queríamos. Nos veíamos 2 veces al mes. Yo no sabía, ni suponía que sucedía en el hemisferio norte.


Pasamos siete cortísimo meses en esas andadas. Una noche la recogí del hotel y fuimos a comer a aquel restaurante donde su cabello ondeado llamó toda mi atención. Ya sentados y con los platos a medio acabar y una botella de vino por terminar pronunció mi nombre y fríamente me dijo, como su carácter, me voy a casar pronto.


En ese momento mi avión, aquel que yo solito había despegado y piloteado en un vuelo transatlántico empezó descender violentamente en medio de un oscuro océano. Pensé en la nada dos segundos luego sonó el timbre, señal que el break o recreo, para los entendidos, había terminado.

lunes, 14 de marzo de 2011

MISTURA TOYOTA 2010

ELLAS




Sin ustedes este planeta sería de millonarios y regalaríamos nuestra fortuna entera, sin guardarnos nada, por sufrir o vivir con una de ustedes.
Somos varones, en el correcto sentido del español, pero dejaríamos de ostentar tal título por falta de mujeres.
Son el complemento perfecto para un fin de semana, para una noche de copas y hasta para compartir una vida entera.
Sin ustedes, no seriamos hombres.

!Feliz día de la mujer!

lunes, 7 de marzo de 2011

MAA GANGA



Sumergir mi turbia existencia en las sagradas aguas del Ganges me hizo pensar en que lo único imperecedero en nosotros es lo que llevamos encapsulado dentro de nuestro cuerpo. Algo tan intangible como el aire o los sentimientos, en otras palabras: nuestra alma.


Somos animales, crecemos y nos relacionamos como animales y morimos como animales: accidentalmente, naturalmente o de enfermedades y hasta nos matamos entre nosotros, y no precisamente para sobrevivir.


Pero ¿qué queda al final de una vida? Los restos que enterramos con aires de dolor son lo que queda del cuerpo que habitamos, la casa en donde viviste “una vida”. Una casa que estuvo expuesta a las inclemencias del clima y a infinitas manos de pintura para que luzca bien por fuera.


Los hindúes, por una cuestión cultural, depositan las cenizas de sus seres queridos en el Ganges con el fin de limpiarlos del pecado o liberarlos del ciclo de reencarnación.


Eso me dice cuán valioso es para ellos el alma de la persona a comparación de lo superficial, lo que vemos desde afuera. Lo de afuera: caduca, cumple un ciclo de vida y de allí al cajón, dado el caso. Miles de personas caminan a nuestro lado pero no tenemos ni la más remota idea de cómo serán. Qué se cocina dentro de cada uno. Serán de los buenos o de los malos. Qué hay dentro de la tipa que camina sofisticadamente y sin pestañear sobre una pasarela.
Qué tanto busca el reciclador que se amanece peinando cuadras enteras. Qué sentirán los niños de la calle que en plena luz roja se dan cuenta que no tienen más posibilidades que la de vivir. Qué recuerdos le trae al viejo caminar por el parque todas las tardes. Qué final se proyecta la bailarina que contorsiona su cuerpo alrededor de un tubo.


Si todos pudiéramos sacar a la superficie nuestra alma como quien se pone un polo, un sombrero, un reloj, el mundo sería otro. Dejaríamos de ser una caja de sorpresas, nos abrazaríamos con ”desconocidos” en la calle y no en la iglesia. Recién entenderíamos que todos sí somos hermanos y que vivimos en una misma casa y bajo el mismo techo. Que lo malo que haces o hacemos da la vuelta en la esquina y vuelve a nosotros.

jueves, 24 de febrero de 2011

Raquel

A aquella mujer a la que entregué el resto de aire que me quedaba por respirar. A aquella mujer a la que nunca le dije no, porque ¡NO! A aquella mujer que me consideró, sin saber todo de mí, su otra mitad. A aquella mujer que no entendía mis locuras pero las celebraba. A aquella mujer que no apagó su celular por esperar a que me animara a llamarla. A aquella mujer que con su silencio de biblioteca alegraba mi vida. A aquella mujer que no pedía más que solo mi presencia. A aquella mujer que olió mi timidez y me preguntó si era yo el que escribía. A aquella mujer que partió de mi vida de manera tan natural como quien hace cola en migraciones con rumbo desconocido, dejándome un dolor muy conocido y a aquella mujer que se posó sobre un nombre.

martes, 1 de febrero de 2011

Pastor

En algún lugar de Lima de “Mi Vivienda” conocí a alguien que jamás pensé que la volvería a encontrar muchos años después. Volverla a ver me hizo entender que las nubes no viajan por gusto y que el paso de los años te cambian la fisonomía (tanto en la fachada como en interiores).

En ella todo había cambiado. Me dio la impresión de haber crecido un poco más durante todos estos años, su piel mantenía el mismo color pero tenía unas cuantas arrugada, el color de su cabello cambió por un tono más oscuro. Estaba totalmente irreconocible y camuflada a tal punto que mis recuerdos no la detectaron a tiempo. Juraría que nunca en mi vida, tanto pasada o como en la que me hubiese gustado tener, la hubiera visto. En mí quedó encarcelado el recuerdo del apelativo que le puse por aquellos años (Sofía).

Encontré su verdadera identidad en un cuaderno de ingreso de personal, y ¡qué sorpresa la mía! de volver a redescubrirla, de dejar volar al recuerdo que cumplía condena en mis adentros.

Los años pasan y son pocas las excepciones donde te congelas en el tiempo. De pronto nos hacemos viejos y vamos como borregos, en una misma dirección, cumpliendo la orden de nuestro pastor y guía, la muerte. Todos vamos a morir tarde o temprano y para colmo ese acto tiene que dolernos, cuando debería ser todo lo contrario: nos están promoviendo a un nuevo salón de baile donde cada uno bailará con su propio pañuelo. En esta vida todos estamos a prueba -reza el dicho de la aseguradora- para después empezar a vivir de verdad.

Y sobre los cambios de la vida, esas direcciones que seguimos a contracorriente para después terminar chocándonos contra nosotros mismos en el punto de partida ¡qué cambios!. Gracias a eso me doy cuenta que no hay camino mucho menos se hace al andar. Que nadie sabe nada, que hasta el más letrado sabe más de nada que de todo. Vemos pasar la vida o al menos la sentimos hormiguear en la planta del pie.

Millones de personas tienen vida pero ¿cuántos de ellos viven o la viven? La mayoría escoge papeles secundarios o de domingo, dando luz a una vida que se esconde dentro de otra como la Mamushka, sin descubrir su norte ¿cuál es el sentido?, ¿quién capitanea su vida?, ¿el destino?, ¿tú mismo? O tienes que descubrir por casualidad a dónde ir, ¿cómo se llega a eso?

Quiero ver dentro y fuera de mí. Sacar algo que por más insignificante que sea dé una luz en esta fría calzada. Camino porque tengo cuerda para rato sino me llenaría de escaras. Sé que todos viven de una manera -me incluyo- pero me gustaría al menos oler el otro tipo de vida para imaginarme que esto vale la pena como al final de las películas, que no dependemos de corazonadas (las cuales tienen una explicación científica).

Dependemos del verdadero descubrimiento que hallamos en las cavernas de nuestro ser. Allí está la respuesta tan fría como una cachetada que nos obliga a reaccionar de menos a más para poder empezar a vivir como uno lo ordena y no como lo ordena el pastor y guía: la muerte.