martes, 1 de mayo de 2012

PASILLOS



Estaba en el aeropuerto listo para irme de vacaciones a algún punto del mundo, adonde no lleguen rastros de mi tedioso día a día. Luego de pasar por migraciones me entretuve un rato en el Duty free, vieja costumbre de mirar a la ida para terminar comprando a la vuelta, y fue allí que la vi pasar. Aparentemente me llevaba unos cuantos años más, pasó por mi lado y caminé detrás de ella como si fuéramos a tomar el mismo vuelo (crucé los dedos para que sucediera eso).


Su cuerpo estaba hecho a la medida de mis intenciones. Tenía una figura esbelta y un derrier pequeño y apetecible, digno de inagotables caricias matinales. La seguí por los pasillos del aeropuerto porque mi vuelo tenía para rato y había que gastar el tiempo de espera en alguien, y qué mejor que una mujer sola de cabellos rubios con raíces negras.


Ya casi llegando a su puerta de embarque se quitó su casaca celeste que llevaba puesta, acción que tomé como una invitación (como si de pronto me abrieran las puertas del harén), rápidamente accedí a su requerimiento acercándome un poco más de lo normal mientras iba barajando en mente el pretexto perfecto con el cual me atrevería a tocarle su hombro con mis dedos, pero una voz de tono computarizado, que anunciaba la última llamada de mi vuelo, me desenchufó de ella, me borró su rastro.


Tuve que ver penosamente cómo se alejaba de mi alcance, como si fuera un sueño que ni en sueños era posible. A lo lejos se perdió dentro del tumulto de pasajeros hasta que se convirtió en un indistinguible punto negro.


¡Qué interesante mujer! Sola, andando por este kilométrico pasillo llamado vida, comprimiendo sus años de experiencia en una maleta de mano, lista para volar en busca de un espacio dentro de este ancho y ajeno mundo.