lunes, 4 de junio de 2012

DE UNA NOCHE



Esa noche terminé varado en un sauna. Después de salir de la cámara seca me fui al bar para pedir un rehidratante, en eso, una extraña que vestía solamente prendas íntimas se me acercó muy amicalmente para hacerme compañía. La miré de pies a cabeza y la invité a tomar algo.


Estuvimos conversando cosas banales de la vida hasta que me vinieron ganas de poner cuarta y conocerla a profundidad, más allá de su maquillaje nocturno, su pegajoso perfume y su tarifa. Digamos que escarbé hasta llegar a la miseria de una mujer que trabaja como mujerzuela y que nos sirve también para expulsar nuestras miserias, entre una chela y un gatorade.


En un momento me preguntó: ¿qué hacia por la vida?
-Por la vida no hago nada, por mí, escribo –le dije–
-¡qué bonito! respondió.


Le conté que escribo lo que vivo, detalles que percibo de la gente que me rodea y también de los demonios que expulso al escribir. Nos hicimos amigos por unos minutos -lo que duraba su sed, en realidad-. Después de abarcar temas de todo calibre como el machismo de las mujeres y por qué me gusta tanto la hermana de mi amigo cerré el conversatorio haciéndole una pregunta: ¿cuéntame cómo fue tu primera vez con alguien por dinero? La flaca se quedó pétrea por unos segundos como si Dios le hubiera visto el alma desnuda, miró dentro de ella aquella pantalla gigante que proyecta a modo de tragedia ese momento que lo tiene tan guardado y secreto, luego me apuntó con su mirada llena de dolor y me dijo no. Nunca voy a poder contarlo. 


Ahí estaba su miseria. Su desgarradora desgracia. Su antes y después. Su paso en falso. El lado B que todos tienen y que prefieren no tocarlo.