domingo, 13 de noviembre de 2011

¿COMO ES?



Un hombre más que entra en la noche.


Para caer en estos lugares es porque no tienes a nadie o estás buscando tapar un orificio de emergencia.


Por pagar su entrada le dan una cerveza la cual pide rápidamente al mozo en la barra y luego corre a ubicarse en un rincón oscuro y alejado donde la débil luz de neón no lo alcanza.


Al otro extremo de la barra caliento con mis manos una bebida tenebrosa que la dueña del local nos suministra para no amainar las ganas. Siento una mirada que me alumbra desde el otro extremo de la barra -¡me está mirando!- será que hizo efecto el tinte amarillo de mi cabello que combina fatalmente con el color canela de mi piel. Me sigue mirando, ojala que la tenga clara y vaya directo al grano.


Le sonrío coquetamente, como lo hago con todos, para motivarlo a que se me acerque. Él responde tímidamente a mi vago estímulo. No le quito los ojos de encima. Luego se me acerca como quien va a la barra a pedir una bebida. Me pregunta si me puede invitar un trago, el cual acepto con una sonrisa cómplice.


Nuestra conversación empieza con la misma pregunta de todas las noches ¿cómo me llamo? Invento un nombre en menos de un segundo. Le pregunto ¿qué hace por aquí?, ¿es la primera vez que viene? Me cuenta que siempre le dio curiosidad entrar a un local de éstos y hoy se animó -burda mentira-. Al hablarme pega su cuerpo un poco al mío -¿querrá que lo caliente?-. Hago un intento, recuesto mis frías nalgas sobre su sexo y siento que está ardiendo.


Me pregunta ¿cómo caí en este sitio? Le invento una historia: soy madre soltera y tengo que mantener a mi hija de 4 años… -cada vez se me acerca más-. Mientras me cuenta sobre su trabajo va despellejando parte de mi cuerpo con sus ásperas manos, las cuales trato de controlar. Me dice que estoy apretadita. Aprovecho ese instante para pedir un cigarro y otro trago a su cuenta. Aterrizo mis manos en sus piernas para calentarlo aún más. Ahora quiere que baile para él. Paga consciente e inconscientemente 50 lucas al mozo, le digo que ya regreso, se apagan las luces del local mientras empieza a sonar las primeras notas de It must be love, de Roxette. Aparezco disfrazada de enfermera, me trepo como gato en la barra y voy directo a él mientras mis colegas ilógicamente me miran y sonríen. Me tiro de espaldas, paso fugazmente mis cinco dedos sobre mi sexo y finjo tener un orgasmo –él hace un gesto de agrado-, me quito el traje poco a poco mientras voy acercando mis perfumados pechos a su cara… acaba mi show.


Todos me aplauden, inclusive mis colegas -¡qué cojudas!-. Regreso a él, está más descontrolado con sus manos y ahora intenta besarme como sea, muevo mi cabeza para esquivar su boca y su aliento a cerveza -se pasó de tragos- y creo que no va pasar nada.


Cuando se emborrachan se ponen pegajosos y son una pérdida de tiempo. Le hago señas a Rino, el mozo, para que me lo saque de encima. Me voy al baño y me pierdo por otro lado -al menos hice algo de dinero con el baile-.


Miro el reloj que ya marca 4:30 a.m., cruzo la barra y me voy a un rincón. Prendo un cigarro y espero con mucha ansia a que amanezca para largarme y dormir hasta que la diaria pesadilla me despierte cerca de las 3 de la tarde.


A esta hora todas sabemos que ya no caen más hombres. A esta hora, por lo menos, debería tener 4 bailes y un par de polvos en mi cuenta para cerrar la noche y comenzar el día con algo de dinero. De pronto aparece a mi lado un tipo de gorra roja, no tiene rastro de alcohol en el aliento ni mala pinta, y me dice ¿flaca, cómo es?