miércoles, 1 de febrero de 2012

AGUJAS



He disfrutado tráficos dentro del subsuelo y al aire libre, y espero con muchas ansias seguir atollándome en muchos más con el solo fin de jactarme de haber detenido el tiempo, mi tiempo.


Increíblemente el tráfico es un momento exclusivo que adormece por un instante mi destino y mi futuro. Cada tarde cuando me monto sobre cuatro ruedas y voy de regreso las agujas del reloj se detienen ante un congestionado paradero, en un óvalo que atrae con la fuerza de un imán numerosos autos, en una intersección carente de todo sentido o frente a un insubordinado semáforo.


Estar allí, detenido, genera en mí una sensación de como si me lanzaran a la deriva dentro de una burbuja al espacio. Sin minutos que contar y calendarios que botar. Bailando al ritmo de la nada en una pista tan grande como el oscuro universo y, a la vez, disfrutando de un eterno momento carente de amanecer y atardecer.


De pronto, el semáforo da luz verde a las agujas, que con su calculado andar, rompen mi burbuja y me aterrizan en la vida. La gente descongestiona el paradero y suben al bus que los llevará a su destino antes de que caiga el atardecer. El imán pierde su poder de atracción y los carros se vuelcan sobre sus rutas nuevamente y mi tiempo vuelve a regirse bajo las órdenes de las agujas del reloj.