martes, 27 de abril de 2010

CHIFA

El sueño es muy simple pero extraño a la vez, porque el adivino vivía en el segundo piso de un chifa ubicado dentro de un callejón. Antes de entrevistarnos con el adivino, cruzamos la cocina del chifa donde había unos chinos que sostenían su cigarro con los labios mientras movían el wok y la espumadera con ambas manos. Estos tenían el pantalón remangado y usaban sandalias baratas -compradas en algún mercado de Surquillo-. Los dejamos atrás y llegamos a una especie de patio muy estrecho donde había cordeles con ropa colgada y al lado una escalera bien empinada que te llevaba a un supuesto segundo piso. Subimos y terminamos en una sala bien arreglada
-clase media- espacialmente estábamos sobre el chifa, de allí, apareció una chinita que hablaba muy bien el español, ésta nos pidió que tomáramos asiento y luego nos ofreció té mientras esperábamos. Lo más raro fue ver el cuadro del Corazón de Jesús bien colgado en plena (muralla china) familia nuclear de la República Popular China
-¡extrañísimo!-. Acepto ver ese cuadro dentro del chifa, como un respeto a los comensales pero -¿en su intimidad?-, me esperaba una foto de Mao o de Teng Xin Tao, pero a Cristo -¡en fin!-. Las chicas que subieron conmigo estaban desesperadas porque el adivino las leyera -típico en mujeres-. Minutos después hizo su entrada triunfal el adivino, un chino medio canoso de lentes que solo habló para decirnos la tarifa. Afuera era de día. Paz fue la primera en meterse a solas en el cubículo con el chino, pero a mí no se me cocía la idea de que el chino sea adivino, primero porque no creo en eso y segundo cobraba demasiado. Mientras esperaba a ser atendido, me paseé por todo el segundo piso hasta que llegué a un baño, al que entré para miccionar, mientras orinaba, escuché unos murmullos típico de alguien cuando esta hablando y le tapan la boca. Instantáneamente pasó una ráfaga de pisadas presurosas por la puerta del baño, abrí tímidamente la puerta y me enfrié al ver a los chinos de la cocina arrastrando silenciosamente a las chicas que habían venido conmigo, automáticamente cerré la puerta, miré la ventana del baño que era pequeñísima y dije: ¡ni cagando!

SUCESOS QUE SE SUCEDIERON SUCESIVAMENTE EN LA SUCESIÓN DE LOS TIEMPOS

A Concho la conocí en la puerta de un edificio, al cual ella pretendía entrar para evitar dar la vuelta entera al malecón. Le dije que viniera conmigo para hacerla pasar. Entramos por la puerta principal, saludamos al conserje como cualquier residente y caminamos con dirección a la cochera para encontrar la salida hacia el otro lado del malecón. Ella llevaba un vestido floreado de verano. Durante la incursión me perdía en las flores de su vestido. Finalmente, encontramos la salida al malecón, donde me despedí de ella. Luego de eso bajé a la playa donde había un tipo paseando por la orilla con un detector de metales. Me acerqué y le dije que dentro del mar podría encontrar objetos de mucho más valor. Éste, sin preocuparse de nada más que de conseguir metales preciosos, se sumergió dentro del mar con detector y todo. ¡Qué desesperado!. Al rato, salió todo empapado del mar, pero sin novedades. No le pregunté nada. Seguí caminando por el malecón y llegué a un desfiladero, donde unos señores pescaban sueños, una especie muy rara de pez con gran cabeza y sin espinazo. Mientras conversaba con uno de ellos, apareció un niño -su hijo-, que le gritaba a su padre: ¡pesqué mi primer sueño! El padre orgulloso desenredó el sueño del anzuelo y lo colocó sobre una piedra. Lo examinó como estampita y procedió a felicitar a su hijo. Seguí caminando de largo hasta llegar a un edificio, al que entré. Subí por el ascensor hasta el 5to piso. Allí caminé por pasadizos donde la gente, abrigada con frazadas, dormía junto a las puertas de los departamentos (nadie podía entrar). Me encontré con Primus (un viejo amigo) que me hizo entrar a un departamento que no era el suyo. Una señora nos recibió calurosamente y nos invitó a pasar, mientras me sentaba en un mueble de espera. Primus me dijo "ya vuelvo" y lo vi perderse por los adornos. Al fondo, escuchaba susurros de mujeres. Luego apareció con una bolsa en la mano, me la dio y se despidió de mí. Me quedé pensando... ¿por qué éste no era su depa?, pero recordé que al estrecharle la mano a la hora de despedirnos, vi un anillo dorado incrustado en su dedo; se había casado.

NIÑOS

Alguien contestó al otro lado de la línea telefónica. Ella pidió fríamente que le comunicaran con sus hijos. A ellos -como manda el complejo de Edipo- los saludó con un tierno: ¡hola mi amor!, ¿cómo estás? Les preguntaba sobre el colegio y las tareas. Según ella, a pesar de no estar físicamente con ellos, sabía lo que cada uno de ellos estaba haciendo en ese momento. No dejaba de decirles cuánto los quería y repetirle a cada uno palabritas de amor. Después volvió hablar con la persona que contestó la llamada -su marido- a quien paseó sin mayor obstáculo como un carro que cruza sobre una giba. La frialdad de ella en el trato me abrió el apetito. Colgó el teléfono, miré su cuerpo desnudo enredado con el mío en algún hostal de Lima.

C'EST LA VIE

Debe ser como una etapa más en la vida del ser humano, como casarse. Nadie sabe a ciencia cierta qué hay al otro lado del espejo. A la hora de hablar de ella todos parecen vendedores ambulantes de dudosa procedencia. Lo malo es que nadie puede regresar de allá, lo bueno es que te saca de acá. Todos tenemos que esperar su voluntad para llegar a ella (no casi todos). A otros les cae de improviso como una inofensiva lluvia y si quieres adelantarte por tu cuenta tienes que sufrir más que lo normal.

¿Qué significa estar muerto? Dejar de dormir todas las noches en tu cama, dejar de vivir con tu familia, entornillar una foto con tu mejor sonrisa sobre algún mueble de la sala, desaparecer sin dejar rastro. Quizás sea eso.

¿Qué haría si pudiera tener la libertad de estar muerto? Vagaría de manera insomne en un día sin fin, sin reloj, sin calendario. Podría cruzar las calles sin respetar el bendito semáforo. Descubriría qué hay detrás de esa puerta que se cierra en cualquier casa. Continuaría la conversación de un borracho en algún pestilente bar. Dejaría que me vean los niños. Me correría de los perros. Sería el espía perfecto. Podría mezclarme dentro de todos. Podría acompañarla sin necesidad de que necesite compañía. La consolaría aunque no sienta resbalar mis manos en su rostro. Contaría sus lagrimas y paradójicamente le calentaría la cama.

HANGBAR

…ese día regresé a mi casa en la 36 y me senté al lado del chofer. Me bajé en el paradero de Córpac, justo donde hay un grifo y ni bien piedereché distinguí a lo lejos a una manchita de gente joven, de corte libre-pensador. Muchos de ellos estaban parados en la vereda, desbordándose unos cuantos sobre la pista. Me fui acercando al núcleo cuando me di con la sorpresa de que estaban regalando cervezas dentro de la tienda del mismo grifo. En una me apunté y, como la manera más fácil de hacer amigos es con tragos, me pegué a un grupo. Dentro de la manchita reconocí a un amigo, lo saludé y conversamos como si no nos hubiéramos dejado de ver en toda la vida.

La cantidad de gente iba aumentando en proporciones geométricas tanto así que los carros ya ni podían avanzar. En eso aparece un par de policías, que empezaron a echar agua sobre la diversión. Hicieron tanta chilla que la gente empezó a quitarse. De pronto llega un carro de caudales (Hermes). Con mi manchita y todo me subí adentro. Allí encontramos tres mesas con chelas serviditas. Sin pensarlo ni una vez nos sentamos y empezamos a chupar mientras el carro nos paseaba por sabe Dios. Rato después se detuvo: un lugar descampado, como chacras. Nos bajamos y caminamos con dirección a una casa de un solo piso que estaba en medio del huerto. Tocamos la puerta y nos abrió un señor muy amable. Le preguntamos dónde estábamos… Él nos hizo pasar. Su casa era muy humilde, pero espaciosa (y cuando digo espaciosa es porque en verdad era espaciosa).

Atravesamos la sala, cuartos, comedores, uno tras otro, todo a través de un pasillo larguísimo como la parte de la pesadilla de Poltergeist. Al final (¿final?) llegamos a una especie de tendedero con un jardincito al costado con una puerta en el medio con una manija justo al centro. Pregunté al dueño qué hacía con una puerta en medio de un jardín. Él nos contó que aquella puerta conectaba a través de un túnel de 30km a Hangbar, un viejo restaurante cuya particularidad residía en que contaba con camas. Esa idea alteró mi tranquilidad; es decir, me inquietó, me perturbó y me aturdió. Quería llegar a ese lugar como sea.

Terminada la exhibición, regresamos todos al tren/casa. Ni un segundo dejé de pensar en el túnel de 30km ni en el restaurante, así que como quien va a fumarse un pucho, salí a perderme por el jardín. Llegué. Tuve frente a mis ojos la puerta y no dudé en jalar el pestillo para entrar.

Recuerdo que había unas escaleras en forma de caracol hacia abajo, pero la luz del día entraba e iluminaba así que no sentí miedo. Bajé hasta llegar al piso que me llevaba al infinito. Caminé con mucha tranquilidad ya que mi mente se concentraba en llegar a ese restaurante con camas.

70 kilos de músculos ejercitados más tarde y llegué a la salida del túnel. En las afueras había una colina y sobre ésta una especie de terraza. A lo lejos escuché la bulla de la gente, había llegado: era el restaurante.

Empecé a escalar por la colina hasta llegar a las barandas. Trepé y salté. Llegué a entrar al restaurante que muchos años atrás había estado de moda, pero que en la realidad estaba cerrado (¿o será que el túnel me retrocedió en el tiempo? ¿30km? ¿ph?).

Me encontré con gente de toda calaña, familias enteras, niños gritando, otros que no querían comer, jóvenes emparejados y varios subgéneros más. Los mozos iban corriendo de un lado a otro. Yo fui de cabo a rabo buena parte del restaurante. Tenía un comedor gigante, muy lujoso como el salón dorado del palacio de gobierno. También tenía una barra de alguna madera finísima con sillas vanguardistas (¡qué lujo!) Al final encontré una especie de entrada protegida por una cortina de color blanco humo. Al parecer todos los comensales después de almorzar entraban a esa gran habitación y se echaban en los camarotes, tranquilamente, como si nada.

Eso me sacó de cuadro; no lo podía creer. En medio de mi estupor se me acercó un tipo. Me hizo unas preguntas que no supe qué responderle y me sacó del restaurante. Afuera y con el culo frío quise volver a entrar como sea, pensé en regresar por el túnel y dejar el tema saldado, pero no. Había algo más en su interior que me decía “quédate un rato más” y lo hice.

Caminé por los alrededores del restaurante y de pronto una tipa de cabello negro y de pantalón azul desde arriba me preguntó si sabía borrar archivos de computadora. Le dije que sí y me hizo pasar. Mientras me conducía al cuarto donde estaba la máquina a tratar me iba explicando cuál era el problema. Yo la seguí con mi cuerpo, pero mi vista se perdía en los alrededores, hasta que después de subir las escaleras de caracol llegamos a un cuarto. La tipa abrió la puerta. El interior tenía las paredes color crema y una cama de dos plazas destendida. Le pregunté dónde estaba la computadora y ella me dio la espalda mientras se desabotonaba la blusa que tenía puesta. Retrocedí un poco, me asustó. Luego ella volteó y sacó un guante mojado de su bolsillo. Qué es eso le dije. Es para nosotros. ¿Qué?, respondí. De pronto escuché unas risas que venían de la cama moví las sábanas y había dos tipos flacos con nada más que medias blancas, echados y que no dejaban de reírse. Miré a la tipa que se me acercaba lentamente diciendo que lo de la computadora era una farsa porque ella sabía que yo quería entrar al restaurante como sea. Me quedé helado mirándola. Los tipos de la cama se levantaron y se fueron. A los pocos segundos alguien tocó la puerta gritando ¡salgan de ahí! Abrí la puerta (en automático). Era una tía gorda con pinta de cocinera que me recriminaba que qué hacía allí con su hija en el cuarto. Eso es lo que me preguntó yo, respondí. De pronto las paredes empezaron a temblar, las ventanas ¡Era un temblor, la mierda! La gente se alocó. La tipa en vez de correr debajo de la puerta empezó a abrocharse la blusa. Como buen cristiano, abracé a la tía y la jalé debajo de la puerta. Todos entraron en pánico. Unos gritaban el fin del mundo, mi hijo, mis joyas. La señora empezó a llorar. Le dije que el último gran terremoto solo había durado 50 segundos. Ella se olvidó del pánico y mirándome respondió: van 90 segundos.

¡HAUU!




Sobre la chica de la mañana, me sorprendió que conociera todo el litoral americano. Quiero decir: caletas y huariques de arena virgen
-conste que sus abuelos la criaron en Paruro-, siempre me la cruzo cuando está hablando por celular. Pareciera que el llevar su celular con su cabello amarrado fuera su uniforme de trabajo. A veces quisiera vestirla como si se tratase de un maniquí, le pondría en la cabeza un abanico de monócromas plumas como usan los Cheyenne, combinado con un pantalón recto color caqui, luego la ubicaría en la puerta de entrada acompañada de un Dholak para que dé las primeras tonadas de la danza llama lluvia… de ideas.

NILO

Esperaba en plena hora punta una combi casi vacía -que exquisito-, pero terminé subiéndome a la misma lata de sardinas de siempre. Después de que yo abordara, subió un tipo que llevaba un short azul, un polo del mismo color, un walkman de esos antiguos con casetera y se sentó frente a mí. Cuando el cobrador se le acercó por el pasaje, el tipo este le dio unas cuantas monedas. -Sólo voy hasta 28, nada más.
De allí todo fue en trepidante picada camino a la locura: El tipo empezó a hablar solo. ¡Me voy a chupar, carajo! decía mientras intentaba arduamente colocar un cassette en su aparato. ¡Estaba borrachazo!
Mientras, a mí se me cruzó la idea de que, de repente, el borracho se rayaba y nos empezaba a joder a todos los pasajeros, o, peor aun, terminaba buitreando en plena combi… y recuerden quién se sentaba frente a él.
Felizmente, mi paradero se iba acercando. Al rato, caminé hacia la puerta y el tipo justo se para detrás de mí (¡qué suerte la mía!). En esos segundos me imaginé lo peor: mi espalda bautizada por su vómito y todo chorreándose camino abajo con la forma del delta del río Nilo. Al final pude bajarme con la popa inmaculada, pero con aquel tipo tras de mí, con su aliento fermentado peinándome la nuca.
El borracho se perdió entre la gente que esperaba en el paradero. Yo seguí mi camino a mis clases. Un par de cuadras más abajo, me crucé con la prostituta de la calle. Ella era una tipa gorda embutida en una minifalda color mostaza y con el cabello pintado de un color… digamos que amarillo. Estaba sentada sobre la baranda de una casa, balanceando sus formas mientras hablaba con uno de los serenos de la zona.
-¡Quiero hacerla hoy día! ¡¿No entiendes?!- decía mientras se cogía los pelos y la cabeza con una mano.
-Está bien, pero instálate más por allá.
Seguí mi caminó y dejé atrás la discusión de esos dos. No pude evitar pensar en la pobre vida de esa mujer, que comparé con su penoso estado físico. Debe tener todas las enfermedades contraídas y por contraer. ¿Quién podría pagar para meterse con ella? Sería como pagar para morir ¿feliz?
Seguramente en algún momento de su vida laboral le habría ido de mil maravillas. Todo resuelto, incluso algo le habría llevado a pensar que había nacido para eso. Lástima que, como todo en la vida, no le duró por mucho.

MAYDAY

¿Dónde empieza un mal día?, con un dolor de brazo que interrumpe durante la madrugada mi sagrado sueño o una utópica pesadilla. En la mañana voy de rumbo, subo a una combi, me recibe un asiento reservado con sorpresa; bendecido por un vómito de algún niño majadero que no quiso tomarse la leche, su madre terca se la embutió por las narices porque la leche esta cara, ¡para colmo!, la leche materna es para el primer año de vida. Luego siento una corazonada del órgano que con el paso del tiempo, me doy cuenta que manda más en alma que en cuerpo, de allí salen las órdenes para todo el personal que termina encofrando mi vida. Pienso que tendría que morir primero para sentir el olor del cítrico capaz de subyugar al pedo más sazonado de un aula de varones. Cada vez que entro al prostíbulo me doy cuenta que para el Opus, este lugar es lo más símil a un cementerio, la diferencia es que aquí, los muertos tienen otro volumen y hay una manera más sencilla y rápida de
enterrarlos, -envueltos dentro de un látex- luego los tiramos muy civilizadamente al tacho de materia inorgánica.
Por primera vez, siento placer al matar.

PEGGY

¿Y a ti, de tanto pensar no te jode el cerebro?, ni que fuera una máquina de coser inglesa sobreviviente de la revolución industrial. ¿Pero eso sucedió hace años? Muchos años atrás, por aquí recién se forma la ola del tsunami y eso que usamos internet. ¿No sé? Simplemente ve mi vida como pelotita del Pin Ball que depende del grado de fuerza de las manijas con la cual se golpea. Con mucho éxito llegaremos al día del juicio final pero ¿quién escribe el guión del planeta tierra? ¡Fácil la luna!, desde su lado oscuro que debe ser como las oficinas del SIN, se cuecen todo tipo de cosas desde Ajinomen hasta el último robot que llega a captar y reproducir la sensibilidad del ser humano en una consola. Cómo será de intrínseco ese lugar que nadie quiere regresar por más plata que te paguen, y hablando de transnacionales, como se sentirá tener el poder de llamar sin miedo a saturar la señal en el día de la madre. ¿Quién como ellos? Que desde un yate en cuba decide que programa sale al aire, sin siquiera pensar en el horario estelar o matutino, vamos a ver efectos nos da el daiquiri. Sobre la chica de la nariz pedida por catálogo, pienso, que debió ser algo profundamente frustrante lo que la empujó a tomar la decisión de operarse que a decir verdad se nota que no va, como ponerle un vestido talla ‘S’ a Peggy de los muppets baby.