sábado, 22 de mayo de 2010

ASPIRANTE

Como todo aspirante a creativo (o pensativo en términos rioplatenses), me paso la mitad del día sentado en la recepción. Hasta allí nada más llega mi Elocuencia. Elocuencia es la típica chica que no gusta de jugar con otras chicas, la niña ausente a la hora de jugar a la comidita, al Papá y la Mamá. En su compendio de juguetes jamás encontraremos una Barbie, y si las hay, deben estar decapitadas por ella misma. Cómo habrá renegado de llevar desnaturalizadamente ese orificio que tanto placer nos da,
-¿es la naturaleza perfecta?- Sus padres deben estar orondos de tener una linda niña, que como el resto del ganado sueña con un matrimonio de 10,000 dólares.
La ruleta de la vida me llevó a admirarla, falseando en un trabajo de mujeres pero socializando cada día más con los hombres, hablando de piruetas con el Skate y Downhill en Ticlio. Siempre con el rostro sin retoques, la ropa holgada y las puntas de su cabello disparadas sin sentido. Hice lo más que pude por hundir mi dedo en su herida, pero nunca sangró. Allí me percaté que su herida era invisible para todos pero evidente para mí.

LAGRIMAS

El genio visitó mi clase y nos dijo: cada uno pida un deseo y yo lo cumpliré. Me acordé de que en varios momentos de mi vida siempre decía el día que se me aparezca un genio voy a pedir esto o aquello. Pues, éste era el día y no se me ocurría nada. Quería volver a ser niño para pedir algún juguete que siempre deseé y nunca tuve.
Al final desperdicié mi deseo y pedí al tan esperado genio: tener el don de poder leer la mente (luego me arrepentí).
Después le tocó a Guirnalda. Ella se paró y caminó hacia el genio. Éste la miró sonriente y frente a todos nosotros empezó a leer su deseo. Su voz empezó a perder llegada. Más se escuchaba su respiración entrecortada que su voz. Todos nos quedamos fríos, no supimos qué hacer. En cualquier momento se desbordaría en lágrimas ¿y qué hacemos? Dejó de leer por un segundo, aspiró aire libre de recuerdos dolorosos -como el nuestro- y se levantó como un cometa que, dándole una jalada antes de estrellarse en tierra, levanta vuelo nuevamente. Y eso sucedió, logró terminar de leer su deseo y regresó a su carpeta.
Ella no sabía que al genio no puedes pedirle que te calme un “dolor” que todavía sientes. El genio sólo te da cosas materiales y no puede borra el dolor. Me dieron ganas de abrazarla o traerle un vaso con agua para que se tranquilizara, pero me dejé llevar por el ¡déjenla sola! También quería decirle que si pudiera pedir un deseo nuevamente, pedirá nunca saborear los momentos de dolor.
Pero los genios no existen y el dolor es real.

domingo, 16 de mayo de 2010

PELI

Te escribo en mi nombre y en el de tus amigas, que no son mis amigas, para decirte que a pesar de haber tenido una vivencia (en común) totalmente pegada a lo laboral (muy breve, por dónde lo mires), sé que te va a ir bien, porque me caes muy bien. Te digo esto último por cómo tan pasiblemente te dejas manosear como la masa del turrón de doña Pepa, porque permanecer tranquila (silencio) casi todo el día en este cuarto tan salvaje y autómata, es digno de admirar.
Según el libro de la vida, nos volveremos a encontrar, porque todo da vueltas. Lamentablemente no te lo puedo asegurar; no tengo una bola de cristal sobre mis hombros. Es por eso que te deseo lo mejor y desde aquí te envío un fuerte abrazo y un beso en cada una de tus zonas erróneas.

Cuídate y mucha suerte.

Carlo Rossi

El día de mi matrimonio gasté algo de dinero. Me di el lujo de bailar delante de todos mis invitados una canción tan patética como lo era la misma idea de casarse con alguien. Bailé a medias con una perfecta extraña -que ya no lo era para esa ocasión-, convertida en mi nueva hoja en blanco en donde podía anotar todas mis incoherencias -a las que, si les das una vuelta, puede que algún sentido tengan-. Llegar aquí no fue tan difícil. Es más... no sé cómo llegué. Cada día que vivo avanzo más y también voy borrando los días lejanos (no recuerdo cómo la conocí) ni siquiera sé por qué ésta es nuestra canción. Es raro, pero me muevo a ritmo de bolero gringo, tan malo como sus vinos.

Record

Ayer subí a un taxi que tenía pegado el clásico sticker amarillo en el parabrisas, pero que en lugar de llevar escrita la palabra TAXI decía FRÍGIDAS. Adentro no era nada especial, empero. Después de un par cuadras y una vuelta, me bajé en una esquina donde un tío preparaba rarezas: entrañas de pato, esófago de castor al orange y demás banalidades. Lo más curioso del puesto de comida -para una idea más exacta- era que hervía de gente y sus comensales cogían la comida con diminutas dagas que después de llevarse a la boca, cual pan de cada día, las lamían como si se tratase de cucharas marca Record.

FORMULA 1

La primera vez que la vi fue cuando estudiaba. Me encontraba en la biblioteca buscando fotos de la Formula 1 en Internet -me sacó de mi pseudo tranquilidad-. Allí empecé a regar la pólvora que terminaría muchos años después en los pasillos de un crucero, donde trabajaba como housekeeping. Caminó frente a mí como cualquier humano portador de glóbulos rojos. Ya no tenía la pinta de seguir devorando libros en silencio, pero su cabello largo color castaño con puntas débilmente doradas, a pesar de tanta pólvora regada, seguía igual.
No se percató de mi presencia, simplemente pasó de largo rodeada de su seguridad que detenía a todo aquel que se le acercara, como todo una princesa. Quería acercarme para poder decirle he esperado cerca de 30 años para volver a cruzarme contigo y esperaría más, para poder oler esa parte de tu cuerpo que es la última en despertarse en tus mañanas y la única que puede ver la estela gaseosa que dejas detrás de ti cuando caminas, estoy seguro de que el olor de tu cuello me dejaría en ese temido estado de coma, al cual me aferraría con tal de quedarme encantado por tu olor.

I 75

Ayer, cuadras antes de llegar a mi trabajo, me encontré con Dios. Se me acercó de manera tímida a preguntarme por la dirección Larco Herrera 1550. Le dije que no conocía y le pregunté, más bien, si le habían dado una referencia. El respondió: ¡no… qué tonto! Me di cuenta de que era él por la manera súbita que apareció en mi camino como lo hizo la primera vez, (un gringo rasta totalmente descuidado) estaba tirando dedo y lo recogí en la I 75 -rumbo a Tampa-. Le pregunté qué hacia por la vida. Me respondió que simplemente vivía dando la vuelta -una de las tantas maneras de vivir-. Su presencia me transmitió una paz y seguridad parecida a esa luz que te envuelve cuando mueres.
Le conté que me dedicaba a despachar puertas a domicilio, que a diferencia de él a mí me vivían y que nunca se me había cruzado la idea de vivir de esa manera, cortó mi lamento con una parábola:
No sé si te has dado cuenta de que la vida es como un tren que va de frente y que nunca va a parar; es decir, si va a parar, pero mientras estás en el viaje no lo sabes.
Durante el viaje miras cómo el paisaje pasa rápidamente. Ahí es el único momento que tenemos para bajarnos y cambiar nuestro clásico destino. La pregunta es ¿quién se tira?
Lo dejé cerca al estadio Raymond. Antes de bajarse me agradeció. Arranqué y manejé pensando si realmente tenía peso lo que decía. Segundos -solo segundos- después regresé al punto dónde lo dejé y ya no estaba. Allí me di cuenta que él, era Dios.

LA TIA DE LOS $1000

Aterricé en la cafetería “El Encuentro” para tomar un café ralito, producto de exportación de Chanchamayo, La Merced, finamente seleccionado y elaborado por manos teutonas, con la bendición del caprichoso clima de la ceja de selva peruana.
El aspecto de la tía colindaba con los 50 abriles de los que locuazmente alardeaba -cual grito de independencia- contando anécdotas de su recua de hijos. Dentro de aquella recua incluía a uno por encargo de su amiga, quien yacía en Santiago buscándose la vida ¡Criar hijo ajeno! ¡Qué extrañó en estos tiempos! Las edades de sus hijos fluctuaban entre los 13, y 15 años. Vivía en una casa equipada con 3 empleadas, una para el cuidado de los chicos, otra para la comida y otra para lavar la ropa todos los días (ni bien llegaban los chicos del colegio las rumas de ropa llenaban los cestos). Ya sentada con sus amigas del clásico lonchecito mensual entre tías dijo disculpen la demora pero mis chicos ¡son tan engreídos! y procedió a extraer del subsuelo una laptop que más parecía un portafolio de narco, que no reventaba de fajos de dólares lavados, sino de fotos de su hija mayor que vivía “afuera” (diciendo eso como para que le pregunten ¿en dónde vive?), gracias a un oportuno matrimonio internacional.
La hija era casada con un boricua, la tía de los $1000 para poder descargar sin preguntas incomodas el linaje de su yerno, siempre anteponía que él ya era ciudadano.
-¡bendito seas!-.

TOUR

Esa noche me di cuenta de que todas las mujeres (sean chinas, negras, rubias, morochas y demás colores que solo encuentras en la paleta de Vencedor) son las mismas. Me refiero, claro, a la estructura mental. Ej. Si no la llamas: ¿por qué no me llamas?
Salí con una digna representante de este agraciado género, conversamos de todo lo vivido (independientemente). Luego abordamos el tema de la música, teníamos preferencia por la misma banda. Pero más me sorprendió cuando dijo que tenía el don que yo nunca quise tener: tocar piano. Después de eso, sus palabras disfrazadas de notas musicales fueron bombardeando mis oídos. Le conté que a mí me habría gustado aprender a tocar piano, pero preferí leer y escribir -recuperé altura-. Me preguntó si podía escribir algo sobre ella, le respondí que no podía escribir de alguien a quien no conozco, se quedó callada, sus ojos me apuntaban pero en realidad, puede darme cuenta que estaba mirando a sus adentros (a esa fábrica interna de hormonas que todas tienen).
Me gustaba su imperfección, esos pequeños granitos en la cara la hacían más mortal que yo. También me gustaba su aroma de turista (categoría: mochileros). De habérmela llevado a la cama, previamente me habría encargado de darle un buen baño. La noche siguió pasando como el agua de un río, terminamos hablando de culturas sobre todo de estadías en otros países.
Estuve ahorrando durante dos años para llegar aquí -me dijo-
Hoy estas aquí y mañana te vas, le dije.