domingo, 16 de mayo de 2010

LA TIA DE LOS $1000

Aterricé en la cafetería “El Encuentro” para tomar un café ralito, producto de exportación de Chanchamayo, La Merced, finamente seleccionado y elaborado por manos teutonas, con la bendición del caprichoso clima de la ceja de selva peruana.
El aspecto de la tía colindaba con los 50 abriles de los que locuazmente alardeaba -cual grito de independencia- contando anécdotas de su recua de hijos. Dentro de aquella recua incluía a uno por encargo de su amiga, quien yacía en Santiago buscándose la vida ¡Criar hijo ajeno! ¡Qué extrañó en estos tiempos! Las edades de sus hijos fluctuaban entre los 13, y 15 años. Vivía en una casa equipada con 3 empleadas, una para el cuidado de los chicos, otra para la comida y otra para lavar la ropa todos los días (ni bien llegaban los chicos del colegio las rumas de ropa llenaban los cestos). Ya sentada con sus amigas del clásico lonchecito mensual entre tías dijo disculpen la demora pero mis chicos ¡son tan engreídos! y procedió a extraer del subsuelo una laptop que más parecía un portafolio de narco, que no reventaba de fajos de dólares lavados, sino de fotos de su hija mayor que vivía “afuera” (diciendo eso como para que le pregunten ¿en dónde vive?), gracias a un oportuno matrimonio internacional.
La hija era casada con un boricua, la tía de los $1000 para poder descargar sin preguntas incomodas el linaje de su yerno, siempre anteponía que él ya era ciudadano.
-¡bendito seas!-.

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