jueves, 20 de octubre de 2011

BREAK




Como ya era costumbre cada mes nos reuníamos con la gente de la promoción en algún restaurante de Lima. Como siempre yo era el primero en llegar y mientras esperaba a que llegaran los demás me entretuve examinando el motivo de cada una de las mesas de mi alrededor.


Había de todo: familias con abuelos incluido, las típicas señoronas del lonchecito, parejas que celebraban algo, etc. Pero una mesa en particular llamó mi atención. Era una mesa formada por un grupo de amigos. Dentro del clan había una mujer que resaltaba.


El brillo de su ondeado cabello, que llegaba hasta sus hombros, hizo que me desentendiera de la llegada de cada uno de mis amigos. Estuve observándola hasta que ella volteó. Nos miramos por menos de un segundo. Pude verla en toda su expresión. Por mi parte, ya tenía una vela prendida.


El resto es más de lo mismo, durante la noche nos miramos un par de veces más. Yo con fines serios y ella, no sé con qué fines. ¿Qué hubiera podido hacer? ¿Mirarla y sonreírle a la vez? -quizás respondía- lo cual me habría dado mayor empuje a la intrépida idea de acercarme y decirle algo. Al final nuestras miradas se perdieron entre las mesas del restaurante.


La noche siguiente me iba de vacaciones fuera del país, mi vuelo salía a las 11:00 p.m. pero como siempre tenía que estar religiosamente 3 horas antes en el aeropuerto. Horas después ya estaba sentado en el avión contando los minutos para despegar. Una vez que las aeromozas terminaron de contar a los pasajeros apareció una chica con el cabello amarrado que se sentó a mi lado y me sonrió.
-¿Pero esa cara? la había visto antes-.


Rápidamente mi cerebro colgó la foto de la chica del restaurante de anoche. Imaginariamente le solté el cabello, la maquillé -¡quizás era ella!-
Rompí el hielo mandándome con un: felizmente hay pocos pasajeros
-Sí, es por la temporada baja- respondió-.
La chica tenía el dejo anhelado de todo latino pero de igual estaba segurísimo que era ella.
¿Te vas de vacaciones?, pregunté
-No, regreso más bien. Tuve 4 días libres y me vine para conocer Cuzco. Yo trabajo en esta aerolínea, soy aeromoza.
-¡Ah! bueno, ustedes tienen muchas facilidades para viajar-
-ehh, la verdad que sí-
-¿Y tú? -me preguntó-
Le sinteticé mis 5 años de gloriosa carrera de abogado.

La duda me carcomía por dentro hasta que le pregunté, si por casualidad la noche de ayer había estado en el restaurante Los Tenedores y ella me respondió que sí, que siempre que vienen a Lima la tripulación va a comer allí.
-¡Era ella!-.
¿Cómo sabes? Me preguntó
Le conté que la había visto allí. Te ves muy distinta con el pelo amarrado, le dije. Ella río.


Literalmente la conversación fue tomando vuelo hasta llegar a la altura de una “amistad”. Para cuando llegamos a nuestro destino sabia algo de ella. Se llamaba Rachel, aparentaba mi edad, le gustaba la comida peruana, volaba dos veces al mes de Miami a Lima y lo mejor, teníamos programado un encuentro pendiente de carácter turístico en Lima.


Dos semanas después, vía mail, quedamos en vernos un martes en el Hotel Domo, de Lima. Fui al hotel y en la recepción pregunté por ella. Al rato, apareció con dos amigas que me las presentó, en caso de cualquier
extravío -supongo-. Conversamos brevemente. Hablamos de su vuelo mientras salíamos del hotel y le pregunté a dónde quería ir, estamos en tu país me respondió.


Fuimos a tomar un café mientras le contaba sobre mis vacaciones, me dijo su edad, era unos años mayor que yo -¿Quién preguntó la edad?-.
Me contó que su hermano es piloto y por ahí se le metió el bichito de volar pero conocía my poco de Lima y bla bla.


Hasta que hablamos sobre aquella noche en el restaurante. Era cumpleaños de un capitán por eso fueron allí -se lo habían recomendado en el hotel-. Se quedaron como hasta la 12 p.m. Le pregunté, si llegó a notar que alguien la miraba (las mujeres siempre perciben esos detalles).
-la verdad, no lo recuerdo estaba tan concentrada conversando con mi amiga
(me desangró con esa respuesta).
-Esa noche quería acercarme para decirte cualquier cosa, pero no pude. Al día siguiente me alcanzas en el avión sentándote a mi lado, te hablé y ahora estamos aquí sentados conversando con los pies sobre la tierra.


Después la dejé en su hotel, quedamos en conocer más lugares y comer cosas raras para los próximos vuelos o próximos encuentros.


Su corazón por el momento estaba en break -la verdad por delante-. Por mi parte yo andaba buscando qué hacer. Esto para ella eran sus vacaciones, haces lo que quieres y pasó lo que queríamos. Nos veíamos 2 veces al mes. Yo no sabía, ni suponía que sucedía en el hemisferio norte.


Pasamos siete cortísimo meses en esas andadas. Una noche la recogí del hotel y fuimos a comer a aquel restaurante donde su cabello ondeado llamó toda mi atención. Ya sentados y con los platos a medio acabar y una botella de vino por terminar pronunció mi nombre y fríamente me dijo, como su carácter, me voy a casar pronto.


En ese momento mi avión, aquel que yo solito había despegado y piloteado en un vuelo transatlántico empezó descender violentamente en medio de un oscuro océano. Pensé en la nada dos segundos luego sonó el timbre, señal que el break o recreo, para los entendidos, había terminado.