miércoles, 1 de diciembre de 2010

Bolsa vacia

Renuncié a POLAR para tener más horas como hombre. Renuncié para saber qué se siente ser un don nadie. Renuncié para salirme del medio de los cuatro puntos cardinales. Renuncié para no dejar herencia. Renuncié para darme el lujo que nunca pude saborear: levantarme tarde todos los días de invierno. Renuncié para que mi mujer me deje tranquilo. Renuncié para olvidarme del dinero y así nunca más necesitar de él. Renuncié para tener más tiempo de perderme en el tiempo. Renuncié para gozar días, semanas y meses del escozor de mi barba crecida. Renuncié para poder mirar sin miedo atrás. Renuncié porque me cansé de llegar tarde. Renuncié para poder fantasear con un futuro diferente. Renuncié para terminar de conocerme. Renuncié para caminar por la vida en sentido antihorario. Renuncié para entender la lógica de los locos de la calle. Renuncié para poder renunciar a una vida planificada. Renuncié para poder despertar de un sueño lleno de coherencia. Renuncié para vivir en un eterno fin de semana. Renuncié para gozar los domingos como si fueran viernes. Renuncié para hacer caso omiso a la última llamada de mi vuelo y así vivir en una eterna espera. Renuncié para obedecer sumisamente a la voz que se esconde en algún rincón de mi cabeza. Renuncié para inyectarle más vida a mi vida. Renuncié para que la muerte no me sorprenda al llegar y de ser así, quisiera despedirme con un abrazo tan vigoroso, tan cargado, capaz de transmitir hasta los más minúsculos secretos de mi vida para no quedarme con nada e irme a la otra con la bolsa vacía, listo para empezar de nuevo.

jueves, 28 de octubre de 2010

ATLAS

No era mi intención negarle un beso, no soy así, solo quería preguntarle si se acordaba de mí. Quería darle una sorpresa. Quería ver cómo su rostro se iluminaba cuando alguien que, a comparación de los demás, aún la recuerda. Lamentablemente le dije ¡NO! Mientras ella, cariñosamente, me servía su cachete.

Me imagino que recrudecí un rechazo que le era muy familiar, un rechazo que está resaltado con amarillo en alguna página del libro de su vida. Rápidamente bajo la mirada, su filudo cuerpo, de pronto, se contrajo. Me di cuenta que la había herido, solo atiné a sentarme a su lado, sin palabras, por temor a volver a herirla. Me tragué la sorpresa, eché todo a perder. Quería irme pero no podía, no quería dejarla sola, quería explicarle todo para poder empezar de nuevo. No sé cuánto tiempo estuvimos sentados, creo que décadas, sin decirnos ni pío.

Afuera la música no paraba, la gente seguía llegando. De pronto, ella se animó a romper el silencio diciendo me duele la cabeza. Aquellas palabras tenían un tremendo peso que ni el mismo Atlas hubiese podido aguantar. Mientras yo buscaba mi gorra para irme prendió un incienso, como cuando lo hicimos la primera vez, luego miró la foto de su hija que tenía en la pantalla de su celular. Me acerqué a la puerta, nos miramos y con una sonrisa yo mismo me dije chau.

domingo, 3 de octubre de 2010

LENGUA DE GATO

El día que recibí a Fausto y Jaime en la terminal de buses, me sorprendieron porque llegaron con un tal Marco, un amigo de ellos, que nunca lo había visto en el pueblo. Después de tiempo volvíamos a vernos y ahora en la capital. Llegaron con la idea de cambiar sus vidas de bohemios, por no decir de vagos y borrachos
-de vivir para no vivirla-.

Y aquí me tenían, para ayudarlos.
Se les veía convencidos de cambiar a pesar de no tener donde quedarse, mucho menos dinero.

Los acomodé en el pequeño almacén de la tienda de mi padre. Camino a la tienda me contaban de los cambios sucedidos en el pueblo como el número de familias que siguieron la diáspora a la capital.

En la capital se comentaba de viajes interoceánicos en avión, el barco había sido relegado para animales y carga. Cada día llegaban más provincianos a la capital en busca de un futuro mejor. La mayoría quería que sus hijos sean alguien en la vida, que estudien una de las tantas carreras como educación, medicina, derecho, etc. En una de las pocas universidades que recién abrían sus puertas. Pero si querías trabajar podías hacerlo tranquilamente, había para todos y todos vinieron.

Los llevé a dar un recorrido por el centro y lugares aledaños, por momentos, recordábamos cuando éramos niños en el pueblo y salíamos a buscarnos de casa en casa para salir a jugar en la plaza de armas.

Los acomodé en el almacén hasta que consiguieran trabajo, lo cual sería cuestión de días. Por lo pronto, estábamos en verano y aprovechamos para ir a la playa donde la gente usa ropa especial para entrar al mar, y de paso podíamos ver a mujeres en paños menores. En las noches en el almacén, sacaban los colchones (lengua de gato) y armaban el “campamento” y fiel a su estilo mientras esperaban que el trabajo llegara, se iban a tomar cualquier brebaje por el centro. Hasta que un viernes en la tarde llegó Fausto medio preocupado y nervioso, le preguntamos que le había pasado y nos dijo -empiezo el lunes en una fábrica textil- lo felicitamos y brindamos, ahora solo faltaba Jaime y Marco seria cuestión de días. Esto era el primer peldaño en la escalera del cambio.

El lunes a las 7:00 am Fausto se levantó, enrolló su colchón y de pronto Marco (el desconocido) que estaba durmiendo al lado suyo lo miró y con los ojos entre abiertos y pegados por la legaña le preguntó:

-¿Adónde vas?
-¡a trabajar!
Marco se volvió a tapar y dándole la espalda le dijo
-¿Y con este solazo vas a trabajar?-

Fausto miró la luz del sol que se filtraba por las rendijas de la puerta del almacén, armó de nuevo su colchón y se volvió a acostar. En la capital la gente ya había despertado, mientras ellos, seguían soñando.

lunes, 16 de agosto de 2010

12 PASOS

Definir por penales nunca es fácil. Llegas gastado y sudado. Pensaste que con un buen juego derrotarías fácilmente al rival, pero no. La técnica falló, por eso es que estamos ahora en penales. El público desde las cuatro tribunas pide más, nosotros queremos ganar. El árbitro me llama con el pito, me toca patear. Voy caminando hacia el punto de penal. Con cada paso que doy sobre la cancha, la bulla del estadio disminuye más y más. Estoy frente al objeto que me trajo hasta aquí. Frente al objeto que me da de comer con cada patada que le doy. La acomodo. Ya no escucho nada (¿estaré sordo?), pero puedo distinguir la gota de sudor que besa la sien del arquero. Miro la pelota. La cuadro en mi ángulo (como tantas veces lo he hecho). Retrocedo unos cuantos pasos. Es increíble que mi felicidad, mi cólera, mi sensibilidad, mi furia, mi estado de ánimo, mi rabia y que la continuidad de mi país puedan depender de un penal. Las probabilidades de fallar se vuelven tan enormes como el arco.
El sonido del pito enciende el motor que activa mis músculos. Doy un último respiro exhalando mis dudas y mis miedos. Pateo pensando en la nada porque un penal no se define con la cabeza, se define con los pies.

lunes, 5 de julio de 2010

SPECHEE

Tuve una entrevista de trabajo (todas me parecen la misma). La chica que nos evaluaba explicaba cómo eran las condiciones del trabajo (beneficios incluidos). Luego preguntó si alguno de nosotros tenía dudas. Después de eso dijo que quienes no podían con los horarios, se podían retirar. Dicho esto empecé a escuchar varias arrastradas de silla con gente que se levantaba para entregar el formulario que minutos antes había llenado. Esto me sorprendió mucho porque siempre dicen que la chamba hay que cuidarla más que a la mujer.

De pronto empezaron a llamar a cada uno de los postulantes al frente para responder a la clásica pregunta de por qué quieres trabajar en esta compañía. La ráfaga de discursos no se hizo esperar. Desde los más sensibles hasta los más descabellados. Algunos decían que desde niños habían soñado con trabajar en la compañía y otros, como yo, que poseían de las cualidades requeridas y bla bla bla.

Me habría gustado decirles a todos que quería trabajar y punto. Me habría gustado preguntarle a la tipa que evaluaba que si creía en lo que le decíamos y qué valor tenía todo eso para ella ¿Me creería si le dijera que fue un sueño de infancia portar la camiseta de aquella empresa? ¡Mentira pues! De niño solamente quería jugar… que mi sueño siempre había sido esto… ¡hazme el favor! Mi sueño era (y sigue siendo) ser millonario y aquí pagan bien. Por eso estamos todos sentados aquí esta mañana.

Al final fui arrastrado por la ola del clásico discurso convincente. Eramos cerca de 30 personas en el salón. Pude reconocer a una chica que había estudiado conmigo años atrás, por el buffet de opciones estudiantiles/laborales que en mi vida había probado. Ella se paró y se presentó. Seguía casi igual. Ahora solo tenía el cabello más rubio (con su plata) y qué habría sido de su carrera, me pregunté. Hasta donde yo recuerdo, dejé su salón al año y ella siguió estudiando. No la volví a ver hasta el día de hoy. Fácil también sucumbió como yo a la inestabilidad vocacional… en fin.

La entrevista llegó a su fin y nos dijeron que los seleccionados serían llamados en el transcurso de la semana. Todos nos paramos y salimos caminando con dirección al ascensor, como muertos vivientes en busca de algún alma viva. Saliendo del edificio de la compañía volví a ver a la chica ésta. Se puso unos lentes negros y subió a su BMW.

viernes, 2 de julio de 2010

BABA

El cuerpo humano escupe un sudor, casi siempre producido por alguna vergüenza, por una mentira y muy casualmente por efecto de una acción física. Las mismas personas se escupen, entre ellos, palabras de grueso calibre. Al final de nuestros días terminamos escupiendo nuestra propia vida. La gente pudiente escupe millones de gérmenes y bacilos de sus saludables cuerpos mientras los pobres escupen sus falsas esperanzas, que tanto daño les hace. Muchas personas escupen automáticamente sus malos pensamientos mientras que los buenos los guardan hasta que se fermenten para luego escupirlos. Los hombres, a diferencia de las mujeres, poseemos la facultad de escupir vida. Después de nueve meses el cuerpo de mi madre escupió a un bebé. Los libros de historia escupen lo que se hizo algún tiempo atrás. Todas las mañanas los periódicos no se cansan de escupirnos lo que sucede a nuestro alrededor. La televisión nunca dejará de escupirnos ideas, modelos, estilos, vidas ajenas. Los semáforos nos detienen para escupirnos reglas. El trabajo nos escupe bienestar, posición, progreso personal. La publicidad nos escupe paradigmas que no dudamos, ni un segundo, en aceptar. Las combis nos escupen la realidad en la que vivimos. Nuestros padres pagan para que nos escupan y nos enseñen a escupir esa doctrina llamada educación y así sucesivamente. En invierno el cielo se pone gris y empieza a escupirnos gota a gota. Los niños juegan a escupir, y ya de grandes o adolescentes, escupen hacia una sola dirección. Los ancianos escupen sus vivencias y consejos de la que fue una vida mejor. Las prostitutas escupen cualquier cosa menos su nombre de pila. Las chicas menos agraciadas no dejan de escupir temas interesantes como su inquebrantable personalidad y sus logros personales. Las chicas agraciadas no dejan de escupir idioteces para simplemente no pasar desapercibidas. Los músicos escupen alegría y tristesa a nuestros oídos utilizando solamente sus dedos o cuerdas vocales. Una foto escupe un momento de tu vida, quizás olvidado. Una lápida escupe un futuro nombre para tu hijo(a). Un beso infestado de sentimiento siempre escupe un final, no muy feliz que digamos. Nuestros ojos escupen lo que no podemos escupir por la boca, a diferencia de todo lo anteriormente escrito, los ojos escupen con sentimiento, escupen por dolor y con dolor y muy pocas veces de alegría. A mí me gusta escupir por medio de la escritura, porque solo así, puedo librarme de mis demonios.

sábado, 22 de mayo de 2010

ASPIRANTE

Como todo aspirante a creativo (o pensativo en términos rioplatenses), me paso la mitad del día sentado en la recepción. Hasta allí nada más llega mi Elocuencia. Elocuencia es la típica chica que no gusta de jugar con otras chicas, la niña ausente a la hora de jugar a la comidita, al Papá y la Mamá. En su compendio de juguetes jamás encontraremos una Barbie, y si las hay, deben estar decapitadas por ella misma. Cómo habrá renegado de llevar desnaturalizadamente ese orificio que tanto placer nos da,
-¿es la naturaleza perfecta?- Sus padres deben estar orondos de tener una linda niña, que como el resto del ganado sueña con un matrimonio de 10,000 dólares.
La ruleta de la vida me llevó a admirarla, falseando en un trabajo de mujeres pero socializando cada día más con los hombres, hablando de piruetas con el Skate y Downhill en Ticlio. Siempre con el rostro sin retoques, la ropa holgada y las puntas de su cabello disparadas sin sentido. Hice lo más que pude por hundir mi dedo en su herida, pero nunca sangró. Allí me percaté que su herida era invisible para todos pero evidente para mí.

LAGRIMAS

El genio visitó mi clase y nos dijo: cada uno pida un deseo y yo lo cumpliré. Me acordé de que en varios momentos de mi vida siempre decía el día que se me aparezca un genio voy a pedir esto o aquello. Pues, éste era el día y no se me ocurría nada. Quería volver a ser niño para pedir algún juguete que siempre deseé y nunca tuve.
Al final desperdicié mi deseo y pedí al tan esperado genio: tener el don de poder leer la mente (luego me arrepentí).
Después le tocó a Guirnalda. Ella se paró y caminó hacia el genio. Éste la miró sonriente y frente a todos nosotros empezó a leer su deseo. Su voz empezó a perder llegada. Más se escuchaba su respiración entrecortada que su voz. Todos nos quedamos fríos, no supimos qué hacer. En cualquier momento se desbordaría en lágrimas ¿y qué hacemos? Dejó de leer por un segundo, aspiró aire libre de recuerdos dolorosos -como el nuestro- y se levantó como un cometa que, dándole una jalada antes de estrellarse en tierra, levanta vuelo nuevamente. Y eso sucedió, logró terminar de leer su deseo y regresó a su carpeta.
Ella no sabía que al genio no puedes pedirle que te calme un “dolor” que todavía sientes. El genio sólo te da cosas materiales y no puede borra el dolor. Me dieron ganas de abrazarla o traerle un vaso con agua para que se tranquilizara, pero me dejé llevar por el ¡déjenla sola! También quería decirle que si pudiera pedir un deseo nuevamente, pedirá nunca saborear los momentos de dolor.
Pero los genios no existen y el dolor es real.

domingo, 16 de mayo de 2010

PELI

Te escribo en mi nombre y en el de tus amigas, que no son mis amigas, para decirte que a pesar de haber tenido una vivencia (en común) totalmente pegada a lo laboral (muy breve, por dónde lo mires), sé que te va a ir bien, porque me caes muy bien. Te digo esto último por cómo tan pasiblemente te dejas manosear como la masa del turrón de doña Pepa, porque permanecer tranquila (silencio) casi todo el día en este cuarto tan salvaje y autómata, es digno de admirar.
Según el libro de la vida, nos volveremos a encontrar, porque todo da vueltas. Lamentablemente no te lo puedo asegurar; no tengo una bola de cristal sobre mis hombros. Es por eso que te deseo lo mejor y desde aquí te envío un fuerte abrazo y un beso en cada una de tus zonas erróneas.

Cuídate y mucha suerte.

Carlo Rossi

El día de mi matrimonio gasté algo de dinero. Me di el lujo de bailar delante de todos mis invitados una canción tan patética como lo era la misma idea de casarse con alguien. Bailé a medias con una perfecta extraña -que ya no lo era para esa ocasión-, convertida en mi nueva hoja en blanco en donde podía anotar todas mis incoherencias -a las que, si les das una vuelta, puede que algún sentido tengan-. Llegar aquí no fue tan difícil. Es más... no sé cómo llegué. Cada día que vivo avanzo más y también voy borrando los días lejanos (no recuerdo cómo la conocí) ni siquiera sé por qué ésta es nuestra canción. Es raro, pero me muevo a ritmo de bolero gringo, tan malo como sus vinos.

Record

Ayer subí a un taxi que tenía pegado el clásico sticker amarillo en el parabrisas, pero que en lugar de llevar escrita la palabra TAXI decía FRÍGIDAS. Adentro no era nada especial, empero. Después de un par cuadras y una vuelta, me bajé en una esquina donde un tío preparaba rarezas: entrañas de pato, esófago de castor al orange y demás banalidades. Lo más curioso del puesto de comida -para una idea más exacta- era que hervía de gente y sus comensales cogían la comida con diminutas dagas que después de llevarse a la boca, cual pan de cada día, las lamían como si se tratase de cucharas marca Record.

FORMULA 1

La primera vez que la vi fue cuando estudiaba. Me encontraba en la biblioteca buscando fotos de la Formula 1 en Internet -me sacó de mi pseudo tranquilidad-. Allí empecé a regar la pólvora que terminaría muchos años después en los pasillos de un crucero, donde trabajaba como housekeeping. Caminó frente a mí como cualquier humano portador de glóbulos rojos. Ya no tenía la pinta de seguir devorando libros en silencio, pero su cabello largo color castaño con puntas débilmente doradas, a pesar de tanta pólvora regada, seguía igual.
No se percató de mi presencia, simplemente pasó de largo rodeada de su seguridad que detenía a todo aquel que se le acercara, como todo una princesa. Quería acercarme para poder decirle he esperado cerca de 30 años para volver a cruzarme contigo y esperaría más, para poder oler esa parte de tu cuerpo que es la última en despertarse en tus mañanas y la única que puede ver la estela gaseosa que dejas detrás de ti cuando caminas, estoy seguro de que el olor de tu cuello me dejaría en ese temido estado de coma, al cual me aferraría con tal de quedarme encantado por tu olor.

I 75

Ayer, cuadras antes de llegar a mi trabajo, me encontré con Dios. Se me acercó de manera tímida a preguntarme por la dirección Larco Herrera 1550. Le dije que no conocía y le pregunté, más bien, si le habían dado una referencia. El respondió: ¡no… qué tonto! Me di cuenta de que era él por la manera súbita que apareció en mi camino como lo hizo la primera vez, (un gringo rasta totalmente descuidado) estaba tirando dedo y lo recogí en la I 75 -rumbo a Tampa-. Le pregunté qué hacia por la vida. Me respondió que simplemente vivía dando la vuelta -una de las tantas maneras de vivir-. Su presencia me transmitió una paz y seguridad parecida a esa luz que te envuelve cuando mueres.
Le conté que me dedicaba a despachar puertas a domicilio, que a diferencia de él a mí me vivían y que nunca se me había cruzado la idea de vivir de esa manera, cortó mi lamento con una parábola:
No sé si te has dado cuenta de que la vida es como un tren que va de frente y que nunca va a parar; es decir, si va a parar, pero mientras estás en el viaje no lo sabes.
Durante el viaje miras cómo el paisaje pasa rápidamente. Ahí es el único momento que tenemos para bajarnos y cambiar nuestro clásico destino. La pregunta es ¿quién se tira?
Lo dejé cerca al estadio Raymond. Antes de bajarse me agradeció. Arranqué y manejé pensando si realmente tenía peso lo que decía. Segundos -solo segundos- después regresé al punto dónde lo dejé y ya no estaba. Allí me di cuenta que él, era Dios.

LA TIA DE LOS $1000

Aterricé en la cafetería “El Encuentro” para tomar un café ralito, producto de exportación de Chanchamayo, La Merced, finamente seleccionado y elaborado por manos teutonas, con la bendición del caprichoso clima de la ceja de selva peruana.
El aspecto de la tía colindaba con los 50 abriles de los que locuazmente alardeaba -cual grito de independencia- contando anécdotas de su recua de hijos. Dentro de aquella recua incluía a uno por encargo de su amiga, quien yacía en Santiago buscándose la vida ¡Criar hijo ajeno! ¡Qué extrañó en estos tiempos! Las edades de sus hijos fluctuaban entre los 13, y 15 años. Vivía en una casa equipada con 3 empleadas, una para el cuidado de los chicos, otra para la comida y otra para lavar la ropa todos los días (ni bien llegaban los chicos del colegio las rumas de ropa llenaban los cestos). Ya sentada con sus amigas del clásico lonchecito mensual entre tías dijo disculpen la demora pero mis chicos ¡son tan engreídos! y procedió a extraer del subsuelo una laptop que más parecía un portafolio de narco, que no reventaba de fajos de dólares lavados, sino de fotos de su hija mayor que vivía “afuera” (diciendo eso como para que le pregunten ¿en dónde vive?), gracias a un oportuno matrimonio internacional.
La hija era casada con un boricua, la tía de los $1000 para poder descargar sin preguntas incomodas el linaje de su yerno, siempre anteponía que él ya era ciudadano.
-¡bendito seas!-.

TOUR

Esa noche me di cuenta de que todas las mujeres (sean chinas, negras, rubias, morochas y demás colores que solo encuentras en la paleta de Vencedor) son las mismas. Me refiero, claro, a la estructura mental. Ej. Si no la llamas: ¿por qué no me llamas?
Salí con una digna representante de este agraciado género, conversamos de todo lo vivido (independientemente). Luego abordamos el tema de la música, teníamos preferencia por la misma banda. Pero más me sorprendió cuando dijo que tenía el don que yo nunca quise tener: tocar piano. Después de eso, sus palabras disfrazadas de notas musicales fueron bombardeando mis oídos. Le conté que a mí me habría gustado aprender a tocar piano, pero preferí leer y escribir -recuperé altura-. Me preguntó si podía escribir algo sobre ella, le respondí que no podía escribir de alguien a quien no conozco, se quedó callada, sus ojos me apuntaban pero en realidad, puede darme cuenta que estaba mirando a sus adentros (a esa fábrica interna de hormonas que todas tienen).
Me gustaba su imperfección, esos pequeños granitos en la cara la hacían más mortal que yo. También me gustaba su aroma de turista (categoría: mochileros). De habérmela llevado a la cama, previamente me habría encargado de darle un buen baño. La noche siguió pasando como el agua de un río, terminamos hablando de culturas sobre todo de estadías en otros países.
Estuve ahorrando durante dos años para llegar aquí -me dijo-
Hoy estas aquí y mañana te vas, le dije.

martes, 27 de abril de 2010

CHIFA

El sueño es muy simple pero extraño a la vez, porque el adivino vivía en el segundo piso de un chifa ubicado dentro de un callejón. Antes de entrevistarnos con el adivino, cruzamos la cocina del chifa donde había unos chinos que sostenían su cigarro con los labios mientras movían el wok y la espumadera con ambas manos. Estos tenían el pantalón remangado y usaban sandalias baratas -compradas en algún mercado de Surquillo-. Los dejamos atrás y llegamos a una especie de patio muy estrecho donde había cordeles con ropa colgada y al lado una escalera bien empinada que te llevaba a un supuesto segundo piso. Subimos y terminamos en una sala bien arreglada
-clase media- espacialmente estábamos sobre el chifa, de allí, apareció una chinita que hablaba muy bien el español, ésta nos pidió que tomáramos asiento y luego nos ofreció té mientras esperábamos. Lo más raro fue ver el cuadro del Corazón de Jesús bien colgado en plena (muralla china) familia nuclear de la República Popular China
-¡extrañísimo!-. Acepto ver ese cuadro dentro del chifa, como un respeto a los comensales pero -¿en su intimidad?-, me esperaba una foto de Mao o de Teng Xin Tao, pero a Cristo -¡en fin!-. Las chicas que subieron conmigo estaban desesperadas porque el adivino las leyera -típico en mujeres-. Minutos después hizo su entrada triunfal el adivino, un chino medio canoso de lentes que solo habló para decirnos la tarifa. Afuera era de día. Paz fue la primera en meterse a solas en el cubículo con el chino, pero a mí no se me cocía la idea de que el chino sea adivino, primero porque no creo en eso y segundo cobraba demasiado. Mientras esperaba a ser atendido, me paseé por todo el segundo piso hasta que llegué a un baño, al que entré para miccionar, mientras orinaba, escuché unos murmullos típico de alguien cuando esta hablando y le tapan la boca. Instantáneamente pasó una ráfaga de pisadas presurosas por la puerta del baño, abrí tímidamente la puerta y me enfrié al ver a los chinos de la cocina arrastrando silenciosamente a las chicas que habían venido conmigo, automáticamente cerré la puerta, miré la ventana del baño que era pequeñísima y dije: ¡ni cagando!

SUCESOS QUE SE SUCEDIERON SUCESIVAMENTE EN LA SUCESIÓN DE LOS TIEMPOS

A Concho la conocí en la puerta de un edificio, al cual ella pretendía entrar para evitar dar la vuelta entera al malecón. Le dije que viniera conmigo para hacerla pasar. Entramos por la puerta principal, saludamos al conserje como cualquier residente y caminamos con dirección a la cochera para encontrar la salida hacia el otro lado del malecón. Ella llevaba un vestido floreado de verano. Durante la incursión me perdía en las flores de su vestido. Finalmente, encontramos la salida al malecón, donde me despedí de ella. Luego de eso bajé a la playa donde había un tipo paseando por la orilla con un detector de metales. Me acerqué y le dije que dentro del mar podría encontrar objetos de mucho más valor. Éste, sin preocuparse de nada más que de conseguir metales preciosos, se sumergió dentro del mar con detector y todo. ¡Qué desesperado!. Al rato, salió todo empapado del mar, pero sin novedades. No le pregunté nada. Seguí caminando por el malecón y llegué a un desfiladero, donde unos señores pescaban sueños, una especie muy rara de pez con gran cabeza y sin espinazo. Mientras conversaba con uno de ellos, apareció un niño -su hijo-, que le gritaba a su padre: ¡pesqué mi primer sueño! El padre orgulloso desenredó el sueño del anzuelo y lo colocó sobre una piedra. Lo examinó como estampita y procedió a felicitar a su hijo. Seguí caminando de largo hasta llegar a un edificio, al que entré. Subí por el ascensor hasta el 5to piso. Allí caminé por pasadizos donde la gente, abrigada con frazadas, dormía junto a las puertas de los departamentos (nadie podía entrar). Me encontré con Primus (un viejo amigo) que me hizo entrar a un departamento que no era el suyo. Una señora nos recibió calurosamente y nos invitó a pasar, mientras me sentaba en un mueble de espera. Primus me dijo "ya vuelvo" y lo vi perderse por los adornos. Al fondo, escuchaba susurros de mujeres. Luego apareció con una bolsa en la mano, me la dio y se despidió de mí. Me quedé pensando... ¿por qué éste no era su depa?, pero recordé que al estrecharle la mano a la hora de despedirnos, vi un anillo dorado incrustado en su dedo; se había casado.

NIÑOS

Alguien contestó al otro lado de la línea telefónica. Ella pidió fríamente que le comunicaran con sus hijos. A ellos -como manda el complejo de Edipo- los saludó con un tierno: ¡hola mi amor!, ¿cómo estás? Les preguntaba sobre el colegio y las tareas. Según ella, a pesar de no estar físicamente con ellos, sabía lo que cada uno de ellos estaba haciendo en ese momento. No dejaba de decirles cuánto los quería y repetirle a cada uno palabritas de amor. Después volvió hablar con la persona que contestó la llamada -su marido- a quien paseó sin mayor obstáculo como un carro que cruza sobre una giba. La frialdad de ella en el trato me abrió el apetito. Colgó el teléfono, miré su cuerpo desnudo enredado con el mío en algún hostal de Lima.

C'EST LA VIE

Debe ser como una etapa más en la vida del ser humano, como casarse. Nadie sabe a ciencia cierta qué hay al otro lado del espejo. A la hora de hablar de ella todos parecen vendedores ambulantes de dudosa procedencia. Lo malo es que nadie puede regresar de allá, lo bueno es que te saca de acá. Todos tenemos que esperar su voluntad para llegar a ella (no casi todos). A otros les cae de improviso como una inofensiva lluvia y si quieres adelantarte por tu cuenta tienes que sufrir más que lo normal.

¿Qué significa estar muerto? Dejar de dormir todas las noches en tu cama, dejar de vivir con tu familia, entornillar una foto con tu mejor sonrisa sobre algún mueble de la sala, desaparecer sin dejar rastro. Quizás sea eso.

¿Qué haría si pudiera tener la libertad de estar muerto? Vagaría de manera insomne en un día sin fin, sin reloj, sin calendario. Podría cruzar las calles sin respetar el bendito semáforo. Descubriría qué hay detrás de esa puerta que se cierra en cualquier casa. Continuaría la conversación de un borracho en algún pestilente bar. Dejaría que me vean los niños. Me correría de los perros. Sería el espía perfecto. Podría mezclarme dentro de todos. Podría acompañarla sin necesidad de que necesite compañía. La consolaría aunque no sienta resbalar mis manos en su rostro. Contaría sus lagrimas y paradójicamente le calentaría la cama.

HANGBAR

…ese día regresé a mi casa en la 36 y me senté al lado del chofer. Me bajé en el paradero de Córpac, justo donde hay un grifo y ni bien piedereché distinguí a lo lejos a una manchita de gente joven, de corte libre-pensador. Muchos de ellos estaban parados en la vereda, desbordándose unos cuantos sobre la pista. Me fui acercando al núcleo cuando me di con la sorpresa de que estaban regalando cervezas dentro de la tienda del mismo grifo. En una me apunté y, como la manera más fácil de hacer amigos es con tragos, me pegué a un grupo. Dentro de la manchita reconocí a un amigo, lo saludé y conversamos como si no nos hubiéramos dejado de ver en toda la vida.

La cantidad de gente iba aumentando en proporciones geométricas tanto así que los carros ya ni podían avanzar. En eso aparece un par de policías, que empezaron a echar agua sobre la diversión. Hicieron tanta chilla que la gente empezó a quitarse. De pronto llega un carro de caudales (Hermes). Con mi manchita y todo me subí adentro. Allí encontramos tres mesas con chelas serviditas. Sin pensarlo ni una vez nos sentamos y empezamos a chupar mientras el carro nos paseaba por sabe Dios. Rato después se detuvo: un lugar descampado, como chacras. Nos bajamos y caminamos con dirección a una casa de un solo piso que estaba en medio del huerto. Tocamos la puerta y nos abrió un señor muy amable. Le preguntamos dónde estábamos… Él nos hizo pasar. Su casa era muy humilde, pero espaciosa (y cuando digo espaciosa es porque en verdad era espaciosa).

Atravesamos la sala, cuartos, comedores, uno tras otro, todo a través de un pasillo larguísimo como la parte de la pesadilla de Poltergeist. Al final (¿final?) llegamos a una especie de tendedero con un jardincito al costado con una puerta en el medio con una manija justo al centro. Pregunté al dueño qué hacía con una puerta en medio de un jardín. Él nos contó que aquella puerta conectaba a través de un túnel de 30km a Hangbar, un viejo restaurante cuya particularidad residía en que contaba con camas. Esa idea alteró mi tranquilidad; es decir, me inquietó, me perturbó y me aturdió. Quería llegar a ese lugar como sea.

Terminada la exhibición, regresamos todos al tren/casa. Ni un segundo dejé de pensar en el túnel de 30km ni en el restaurante, así que como quien va a fumarse un pucho, salí a perderme por el jardín. Llegué. Tuve frente a mis ojos la puerta y no dudé en jalar el pestillo para entrar.

Recuerdo que había unas escaleras en forma de caracol hacia abajo, pero la luz del día entraba e iluminaba así que no sentí miedo. Bajé hasta llegar al piso que me llevaba al infinito. Caminé con mucha tranquilidad ya que mi mente se concentraba en llegar a ese restaurante con camas.

70 kilos de músculos ejercitados más tarde y llegué a la salida del túnel. En las afueras había una colina y sobre ésta una especie de terraza. A lo lejos escuché la bulla de la gente, había llegado: era el restaurante.

Empecé a escalar por la colina hasta llegar a las barandas. Trepé y salté. Llegué a entrar al restaurante que muchos años atrás había estado de moda, pero que en la realidad estaba cerrado (¿o será que el túnel me retrocedió en el tiempo? ¿30km? ¿ph?).

Me encontré con gente de toda calaña, familias enteras, niños gritando, otros que no querían comer, jóvenes emparejados y varios subgéneros más. Los mozos iban corriendo de un lado a otro. Yo fui de cabo a rabo buena parte del restaurante. Tenía un comedor gigante, muy lujoso como el salón dorado del palacio de gobierno. También tenía una barra de alguna madera finísima con sillas vanguardistas (¡qué lujo!) Al final encontré una especie de entrada protegida por una cortina de color blanco humo. Al parecer todos los comensales después de almorzar entraban a esa gran habitación y se echaban en los camarotes, tranquilamente, como si nada.

Eso me sacó de cuadro; no lo podía creer. En medio de mi estupor se me acercó un tipo. Me hizo unas preguntas que no supe qué responderle y me sacó del restaurante. Afuera y con el culo frío quise volver a entrar como sea, pensé en regresar por el túnel y dejar el tema saldado, pero no. Había algo más en su interior que me decía “quédate un rato más” y lo hice.

Caminé por los alrededores del restaurante y de pronto una tipa de cabello negro y de pantalón azul desde arriba me preguntó si sabía borrar archivos de computadora. Le dije que sí y me hizo pasar. Mientras me conducía al cuarto donde estaba la máquina a tratar me iba explicando cuál era el problema. Yo la seguí con mi cuerpo, pero mi vista se perdía en los alrededores, hasta que después de subir las escaleras de caracol llegamos a un cuarto. La tipa abrió la puerta. El interior tenía las paredes color crema y una cama de dos plazas destendida. Le pregunté dónde estaba la computadora y ella me dio la espalda mientras se desabotonaba la blusa que tenía puesta. Retrocedí un poco, me asustó. Luego ella volteó y sacó un guante mojado de su bolsillo. Qué es eso le dije. Es para nosotros. ¿Qué?, respondí. De pronto escuché unas risas que venían de la cama moví las sábanas y había dos tipos flacos con nada más que medias blancas, echados y que no dejaban de reírse. Miré a la tipa que se me acercaba lentamente diciendo que lo de la computadora era una farsa porque ella sabía que yo quería entrar al restaurante como sea. Me quedé helado mirándola. Los tipos de la cama se levantaron y se fueron. A los pocos segundos alguien tocó la puerta gritando ¡salgan de ahí! Abrí la puerta (en automático). Era una tía gorda con pinta de cocinera que me recriminaba que qué hacía allí con su hija en el cuarto. Eso es lo que me preguntó yo, respondí. De pronto las paredes empezaron a temblar, las ventanas ¡Era un temblor, la mierda! La gente se alocó. La tipa en vez de correr debajo de la puerta empezó a abrocharse la blusa. Como buen cristiano, abracé a la tía y la jalé debajo de la puerta. Todos entraron en pánico. Unos gritaban el fin del mundo, mi hijo, mis joyas. La señora empezó a llorar. Le dije que el último gran terremoto solo había durado 50 segundos. Ella se olvidó del pánico y mirándome respondió: van 90 segundos.

¡HAUU!




Sobre la chica de la mañana, me sorprendió que conociera todo el litoral americano. Quiero decir: caletas y huariques de arena virgen
-conste que sus abuelos la criaron en Paruro-, siempre me la cruzo cuando está hablando por celular. Pareciera que el llevar su celular con su cabello amarrado fuera su uniforme de trabajo. A veces quisiera vestirla como si se tratase de un maniquí, le pondría en la cabeza un abanico de monócromas plumas como usan los Cheyenne, combinado con un pantalón recto color caqui, luego la ubicaría en la puerta de entrada acompañada de un Dholak para que dé las primeras tonadas de la danza llama lluvia… de ideas.

NILO

Esperaba en plena hora punta una combi casi vacía -que exquisito-, pero terminé subiéndome a la misma lata de sardinas de siempre. Después de que yo abordara, subió un tipo que llevaba un short azul, un polo del mismo color, un walkman de esos antiguos con casetera y se sentó frente a mí. Cuando el cobrador se le acercó por el pasaje, el tipo este le dio unas cuantas monedas. -Sólo voy hasta 28, nada más.
De allí todo fue en trepidante picada camino a la locura: El tipo empezó a hablar solo. ¡Me voy a chupar, carajo! decía mientras intentaba arduamente colocar un cassette en su aparato. ¡Estaba borrachazo!
Mientras, a mí se me cruzó la idea de que, de repente, el borracho se rayaba y nos empezaba a joder a todos los pasajeros, o, peor aun, terminaba buitreando en plena combi… y recuerden quién se sentaba frente a él.
Felizmente, mi paradero se iba acercando. Al rato, caminé hacia la puerta y el tipo justo se para detrás de mí (¡qué suerte la mía!). En esos segundos me imaginé lo peor: mi espalda bautizada por su vómito y todo chorreándose camino abajo con la forma del delta del río Nilo. Al final pude bajarme con la popa inmaculada, pero con aquel tipo tras de mí, con su aliento fermentado peinándome la nuca.
El borracho se perdió entre la gente que esperaba en el paradero. Yo seguí mi camino a mis clases. Un par de cuadras más abajo, me crucé con la prostituta de la calle. Ella era una tipa gorda embutida en una minifalda color mostaza y con el cabello pintado de un color… digamos que amarillo. Estaba sentada sobre la baranda de una casa, balanceando sus formas mientras hablaba con uno de los serenos de la zona.
-¡Quiero hacerla hoy día! ¡¿No entiendes?!- decía mientras se cogía los pelos y la cabeza con una mano.
-Está bien, pero instálate más por allá.
Seguí mi caminó y dejé atrás la discusión de esos dos. No pude evitar pensar en la pobre vida de esa mujer, que comparé con su penoso estado físico. Debe tener todas las enfermedades contraídas y por contraer. ¿Quién podría pagar para meterse con ella? Sería como pagar para morir ¿feliz?
Seguramente en algún momento de su vida laboral le habría ido de mil maravillas. Todo resuelto, incluso algo le habría llevado a pensar que había nacido para eso. Lástima que, como todo en la vida, no le duró por mucho.

MAYDAY

¿Dónde empieza un mal día?, con un dolor de brazo que interrumpe durante la madrugada mi sagrado sueño o una utópica pesadilla. En la mañana voy de rumbo, subo a una combi, me recibe un asiento reservado con sorpresa; bendecido por un vómito de algún niño majadero que no quiso tomarse la leche, su madre terca se la embutió por las narices porque la leche esta cara, ¡para colmo!, la leche materna es para el primer año de vida. Luego siento una corazonada del órgano que con el paso del tiempo, me doy cuenta que manda más en alma que en cuerpo, de allí salen las órdenes para todo el personal que termina encofrando mi vida. Pienso que tendría que morir primero para sentir el olor del cítrico capaz de subyugar al pedo más sazonado de un aula de varones. Cada vez que entro al prostíbulo me doy cuenta que para el Opus, este lugar es lo más símil a un cementerio, la diferencia es que aquí, los muertos tienen otro volumen y hay una manera más sencilla y rápida de
enterrarlos, -envueltos dentro de un látex- luego los tiramos muy civilizadamente al tacho de materia inorgánica.
Por primera vez, siento placer al matar.

PEGGY

¿Y a ti, de tanto pensar no te jode el cerebro?, ni que fuera una máquina de coser inglesa sobreviviente de la revolución industrial. ¿Pero eso sucedió hace años? Muchos años atrás, por aquí recién se forma la ola del tsunami y eso que usamos internet. ¿No sé? Simplemente ve mi vida como pelotita del Pin Ball que depende del grado de fuerza de las manijas con la cual se golpea. Con mucho éxito llegaremos al día del juicio final pero ¿quién escribe el guión del planeta tierra? ¡Fácil la luna!, desde su lado oscuro que debe ser como las oficinas del SIN, se cuecen todo tipo de cosas desde Ajinomen hasta el último robot que llega a captar y reproducir la sensibilidad del ser humano en una consola. Cómo será de intrínseco ese lugar que nadie quiere regresar por más plata que te paguen, y hablando de transnacionales, como se sentirá tener el poder de llamar sin miedo a saturar la señal en el día de la madre. ¿Quién como ellos? Que desde un yate en cuba decide que programa sale al aire, sin siquiera pensar en el horario estelar o matutino, vamos a ver efectos nos da el daiquiri. Sobre la chica de la nariz pedida por catálogo, pienso, que debió ser algo profundamente frustrante lo que la empujó a tomar la decisión de operarse que a decir verdad se nota que no va, como ponerle un vestido talla ‘S’ a Peggy de los muppets baby.