jueves, 28 de octubre de 2010

ATLAS

No era mi intención negarle un beso, no soy así, solo quería preguntarle si se acordaba de mí. Quería darle una sorpresa. Quería ver cómo su rostro se iluminaba cuando alguien que, a comparación de los demás, aún la recuerda. Lamentablemente le dije ¡NO! Mientras ella, cariñosamente, me servía su cachete.

Me imagino que recrudecí un rechazo que le era muy familiar, un rechazo que está resaltado con amarillo en alguna página del libro de su vida. Rápidamente bajo la mirada, su filudo cuerpo, de pronto, se contrajo. Me di cuenta que la había herido, solo atiné a sentarme a su lado, sin palabras, por temor a volver a herirla. Me tragué la sorpresa, eché todo a perder. Quería irme pero no podía, no quería dejarla sola, quería explicarle todo para poder empezar de nuevo. No sé cuánto tiempo estuvimos sentados, creo que décadas, sin decirnos ni pío.

Afuera la música no paraba, la gente seguía llegando. De pronto, ella se animó a romper el silencio diciendo me duele la cabeza. Aquellas palabras tenían un tremendo peso que ni el mismo Atlas hubiese podido aguantar. Mientras yo buscaba mi gorra para irme prendió un incienso, como cuando lo hicimos la primera vez, luego miró la foto de su hija que tenía en la pantalla de su celular. Me acerqué a la puerta, nos miramos y con una sonrisa yo mismo me dije chau.

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