lunes, 5 de julio de 2010

SPECHEE

Tuve una entrevista de trabajo (todas me parecen la misma). La chica que nos evaluaba explicaba cómo eran las condiciones del trabajo (beneficios incluidos). Luego preguntó si alguno de nosotros tenía dudas. Después de eso dijo que quienes no podían con los horarios, se podían retirar. Dicho esto empecé a escuchar varias arrastradas de silla con gente que se levantaba para entregar el formulario que minutos antes había llenado. Esto me sorprendió mucho porque siempre dicen que la chamba hay que cuidarla más que a la mujer.

De pronto empezaron a llamar a cada uno de los postulantes al frente para responder a la clásica pregunta de por qué quieres trabajar en esta compañía. La ráfaga de discursos no se hizo esperar. Desde los más sensibles hasta los más descabellados. Algunos decían que desde niños habían soñado con trabajar en la compañía y otros, como yo, que poseían de las cualidades requeridas y bla bla bla.

Me habría gustado decirles a todos que quería trabajar y punto. Me habría gustado preguntarle a la tipa que evaluaba que si creía en lo que le decíamos y qué valor tenía todo eso para ella ¿Me creería si le dijera que fue un sueño de infancia portar la camiseta de aquella empresa? ¡Mentira pues! De niño solamente quería jugar… que mi sueño siempre había sido esto… ¡hazme el favor! Mi sueño era (y sigue siendo) ser millonario y aquí pagan bien. Por eso estamos todos sentados aquí esta mañana.

Al final fui arrastrado por la ola del clásico discurso convincente. Eramos cerca de 30 personas en el salón. Pude reconocer a una chica que había estudiado conmigo años atrás, por el buffet de opciones estudiantiles/laborales que en mi vida había probado. Ella se paró y se presentó. Seguía casi igual. Ahora solo tenía el cabello más rubio (con su plata) y qué habría sido de su carrera, me pregunté. Hasta donde yo recuerdo, dejé su salón al año y ella siguió estudiando. No la volví a ver hasta el día de hoy. Fácil también sucumbió como yo a la inestabilidad vocacional… en fin.

La entrevista llegó a su fin y nos dijeron que los seleccionados serían llamados en el transcurso de la semana. Todos nos paramos y salimos caminando con dirección al ascensor, como muertos vivientes en busca de algún alma viva. Saliendo del edificio de la compañía volví a ver a la chica ésta. Se puso unos lentes negros y subió a su BMW.

viernes, 2 de julio de 2010

BABA

El cuerpo humano escupe un sudor, casi siempre producido por alguna vergüenza, por una mentira y muy casualmente por efecto de una acción física. Las mismas personas se escupen, entre ellos, palabras de grueso calibre. Al final de nuestros días terminamos escupiendo nuestra propia vida. La gente pudiente escupe millones de gérmenes y bacilos de sus saludables cuerpos mientras los pobres escupen sus falsas esperanzas, que tanto daño les hace. Muchas personas escupen automáticamente sus malos pensamientos mientras que los buenos los guardan hasta que se fermenten para luego escupirlos. Los hombres, a diferencia de las mujeres, poseemos la facultad de escupir vida. Después de nueve meses el cuerpo de mi madre escupió a un bebé. Los libros de historia escupen lo que se hizo algún tiempo atrás. Todas las mañanas los periódicos no se cansan de escupirnos lo que sucede a nuestro alrededor. La televisión nunca dejará de escupirnos ideas, modelos, estilos, vidas ajenas. Los semáforos nos detienen para escupirnos reglas. El trabajo nos escupe bienestar, posición, progreso personal. La publicidad nos escupe paradigmas que no dudamos, ni un segundo, en aceptar. Las combis nos escupen la realidad en la que vivimos. Nuestros padres pagan para que nos escupan y nos enseñen a escupir esa doctrina llamada educación y así sucesivamente. En invierno el cielo se pone gris y empieza a escupirnos gota a gota. Los niños juegan a escupir, y ya de grandes o adolescentes, escupen hacia una sola dirección. Los ancianos escupen sus vivencias y consejos de la que fue una vida mejor. Las prostitutas escupen cualquier cosa menos su nombre de pila. Las chicas menos agraciadas no dejan de escupir temas interesantes como su inquebrantable personalidad y sus logros personales. Las chicas agraciadas no dejan de escupir idioteces para simplemente no pasar desapercibidas. Los músicos escupen alegría y tristesa a nuestros oídos utilizando solamente sus dedos o cuerdas vocales. Una foto escupe un momento de tu vida, quizás olvidado. Una lápida escupe un futuro nombre para tu hijo(a). Un beso infestado de sentimiento siempre escupe un final, no muy feliz que digamos. Nuestros ojos escupen lo que no podemos escupir por la boca, a diferencia de todo lo anteriormente escrito, los ojos escupen con sentimiento, escupen por dolor y con dolor y muy pocas veces de alegría. A mí me gusta escupir por medio de la escritura, porque solo así, puedo librarme de mis demonios.