domingo, 19 de agosto de 2012

AQUÍ Y ALLÁ


Ayer casi muero. Un carro filudo como una guadaña rozó mi existencia a toda velocidad. Fueron instantes en los cuales pude haberme despedido fácilmente de mi cuerpo y de mi apodo. Pero eso sucedió por mi falta de atención, un descuido que no debería volver a pasar. La muerte susurró mi nombre en un segundo, felizmente no volteé a escucharla, suerte quizás.  


Desde ese suceso pienso en ella, le dedico un par de horas a su existencia. Es increíble saber que la vida: algo tan maravilloso, tan inexplicablemente bello termine en algo tan doloroso y funesto como la muerte.


La muerte es la puerta al más allá. La muerte es un paso obligado si quieres tener vida eterna en el paraíso. La vida es un camino hacia la muerte. Todos los que vivimos morimos en brazos de la muerte. La muerte es como un despido imprevisto y sin derecho a reclamo. La muerte te sorprende al igual que una mala noticia. Detrás de nuestras vidas corre asechándonos la muerte.


Nadie sabe cuándo tocará nuestra puerta, pero la vemos en guerras, en enfermedades mortales, en asaltos a mano armada y con bala perdida, escondida detrás de la luz ámbar de un semáforo, en niños desnutridos, en aves y ballenas que varan en solitario en tierra firme, en los perros que cruzan la Panamericana, en el tráfico de armas, en las drogas que campean en todo el mundo, en los ancianos que caminan a las justas y en los carros de Agustín Merino Tapia. Allí está frente a nosotros, rondándonos, esperando de nuestra parte un exceso, un cambio brusco de ruta o un ligero descuido como el mío para volverte su propiedad.


Por eso cada día tiene que ser vivido plenamente como si fuera el último (clásico cliché, pero es verdad). Ten presente que solo vivimos una vez y ese recuerdo tan corto como un segundo, llamado vida, nos acompañará aún en el infinito.



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