domingo, 13 de enero de 2013

GLOTONS & PITS




Ambos locales comparten la cuadra cinco de comandante Espinar y el mismo rubro: comida rápida y diversas bebidas; uno es más grande que el otro e intercambian los mismos comensales entre sí para llevar la fiesta en paz; sus horas pico empiezan en la noche y terminan en la madrugada.


Ambos locales sirven de parada a parejas apuradas o que van rumbo al apuro, al grupo de amigos que al oler las humeantes hamburguesas pierden el rumbo, a motociclistas disfrazados de malos que caen en patota para tomar unas rubias, a borrachos pudientes que caen al amanecer buscando calmar la bajada, a incógnitas familias que ordenan y sacian su hambre (tamaño familiar) desde la comodidad y oscuridad de sus autos.


Ambos locales han perdido un plato fuerte que no figuraba en sus cartas, pero sí en alguna de sus mesas. Un plus, que sin querer, les salía muy a cuenta. Una apreciable pérdida que ninguna estrategia de mercado podrá devolverles el diferencial que poseían y compartían ambos locales hasta ese entonces: Antonio Cisneros.


No era extraño llegar y encontrarlo sentado conversando con desconocidos que se volvían sus conocidos por una noche y punto. Increíblemente pedía permiso para acompañarte en la mesa, no discriminaba entre grupo grande o pequeño, él iba no más. Algunos se asustaban y comían más rápido para terminar su plato e irse sin entender o entenderlo, otros lo aceptaban o invitaban a sentarse para empezar la noche. Es que podías llenar los cajones del alma conversando con él.


Tuve la suerte (más mía que suya) de ser interrumpido una noche por su presencia en el Pits y tuve la mala suerte de despertar una mañana con la negra noticia de que ya nos había dejado. Ambos locales reconocen que tienen y tendrán muchos clientes, pero uno solo era el poeta disfrazado de cliente.


Hasta siempre poeta.






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