martes, 26 de mayo de 2009

Para ver nomas



En abril del año pasado, habían operado de la vesícula al gordo Enrique, mi pataza. Él estaba internado en el hospital, y como dicen que los verdaderos amigos están en las buenas y en las malas, pues tuve que sacarle lustre a mi título de buen amigo.
El día que fui a visitar al gordo al hospital, había una pareja de cuarentones caminando delante de mí. Escuché que hablaban de una fiesta de bienvenida -¿para quién será?- por un momento pensé que eran familiares del gordo.
Segundos después, estos amigos se encontraron en la recepción del hospital con un par de señores que caminaban abrazados. Recuerdo que el señor tenía puestos unos lentes de sol a pesar de estar en pleno invierno. Miró a la pareja de cuarentones y les dijo “acaba de fallecer hace 30 minutos”. Se les cayó la cara. Se quedaron sin palabras. A mí también me salpicó agua helada de ese balde. Por un momento pensé que podrían estar hablando del gordo, pero gracias a Dios no fue así.
En ese entonces yo tenía menos de 25 años. Había ido para ver nomas a hospitales, velorios y entierros, pero nada más que eso… “para ver nomas”. Esa tarde me di cuenta, por primera vez en mi vida, de que la vida pende de un hilo todos los días -nadie sabe cuándo-.
Estos son los momentos más duros que todos vamos a pasar. Ahora les tocó a ellos, después me tocará a mí o al tipo que está cuadrando su carro afuera de mi casa, mientras yo estoy escribiendo esto. En la vida también hay sin sabores. Éste es uno de ellos.
Pero luego uno los asimila, se va acostumbrando.
Lo sobrellevas y empiezas de nuevo.

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